In memoriam de Luis Heriberto Rivas
DOI:
https://doi.org/10.47182/rb.84.n3-4-2022333Resumen
Los que fuimos sus alumnos, discípulos y colegas, apoyados en una tradición ya difícil de rastrear, lo llamábamos en voz baja, y no sin cierta picardía: “El Rabbí”. Se puede ser Maestro por diversas razones y de diversos modos. Habilidad pedagógica y didáctica, novedad, contundencia de contenidos, de pensamiento y de enseñanza. Pero, sobre todo, por la capacidad y habilidad para cautivar a alumnos y oyentes. Y Luis tuvo mucho de todo ello. Pero Luis fue para mí Maestro también por otras razones. Su impresionante –aunque siempre expresado con decoro y silenciosamente– amor a la Palabra y su empeño por insertar en el ambiente académico –y en otros menos sofisticados– la arrolladora Renovación Bíblica Católica, que comenzó allá por 1893 con León XIII, y que siguió su marcha irrefrenable gracias a hombres como Luis. Este gran maestro nació un 4 de agosto de 1933, bajo el patronazgo del Santo Cura de Ars, en la localidad de 25 de mayo, provincia de Buenos Aires. Tempranamente la familia se trasladó a la capital federal. Decidido a ser sacerdote desde muy chico, ingresó al Seminario Metropolitano de la Arquidiócesis de Buenos Aires el 5 de marzo de 1952, a los 18 años. Fue ordenado sacerdote el 20 de diciembre de 1959. Poco tiempo antes, el 30 de noviembre había alcanzado la Licenciatura en Teología.
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