Marcin Kowalski, The Spirit in Romans 8: Paul, the Stoics, and Jewish Authors in Dialogue (Lublin Theological Studies 3), Vandenhoeck & Ruprecht, Göttingen, 2024, 469 pp., ISBN 978-3-525-50020-0.
Marcin Kowalski es profesor de Nuevo Testamento en la Universidad Católica Juan Pablo II de Lublin (Polonia) y miembro de la Pontificia Comisión Bíblica. Se trata de uno de los estudiosos con más proyección en el panorama católico internacional en la actualidad. Esta obra es el fruto de su trabajo de habilitación y de diversos artículos publicados en The Biblical Annals, Biblica y Journal for the Study of the New Testament. Además, la investigación se beneficia de las relaciones académicas de Kowalski con prestigiosos profesores de primera línea: Troels Engberg-Pedersen, especialista en las interacciones entre los escritos paulinos y el estoicismo; Susan Eastman, figura eminente de los estudios paulinos sobre antropología; y Volker Rabens, experto en la pneumatología paulina; además de sus profesores Jean Nöel Aletti, Henryk Witczyky y Andrzej Gieniusz. El tema fundamental del libro es la comparación entre Romanos 8 y el pensamiento estoico sobre el pneuma; y se enmarca en el enconado debate acerca de la concepción material (o no) del Espíritu divino.
Hay una influyente corriente de estudiosos (Käsemann, Stuhlmacher, Horn, Martin, Hodge, Stowers, Litwa, Tappenden, etc.) que han concebido de manera material el pneuma en los escritos paulinos. Sería una clase de sustancia similar al fuego y al éter, de la que están compuesta los cuerpos celestes y que permite el conocimiento de Dios. El proceso de transformación del creyente seguiría un modelo de infusión-transformación: el pneuma entraría físicamente en los creyentes por el bautismo y transformaría sus cuerpos en la resurrección. Troels Engberg-Pedersen (Cosmology and Self in the Apostle Paul: The Material Spirit, Oxford University Press, Oxford, 2010) ha sistematizado este modelo en diálogo con la física y la ética estoica. Esta visión literal y materialista del pneuma ha sido también asumida actualmente por muchos proponentes de la corriente “Pablo dentro del Judaísmo” (por ejemplo, cf. el cap. 8 “Pneumatic Gene Therapy” de Matthew Thiessen, A Jewish Paul: The Messiah’s Herald to Gentiles, Eerdmans, Grand Rapids (MI) 2023).
En contra de estas interpretaciones, han escrito N. T. Wright, John Barclay o John Levinson, entre otros muchos. La refutación más completa pertenece a Volker Rabens, The Holy Spirit and Ethics in Paul. Transformation and empowering for religious-ethical life (WUNT II/283), Mohr Siebeck, Tübingen, 2010. La crítica básica radica en que Engberg-Pedersen minimiza el tenor apocalíptico del pensamiento paulino y convierte su propuesta de la nueva creación en una mera reordenación de los elementos materiales por medio de la estoica conflagración universal. Pero Pablo no imagina la redención como un proceso mecánico, inmanente y materialista, sino como la intervención apocalíptica de Dios en Cristo por el don de su Espíritu trascendente que hace posible a los creyentes desarrollar una nueva vida. La obra de Marcin Kowalski hace una buena presentación de este debate y propone una equilibrada síntesis sobre las similitudes y diferencias en la concepción del pneuma en Romanos 8 y los escritos estoicos. El autor incluye como tertium comparationis el estudio de la literatura judía del Segundo Templo.
El A. dispone la monografía en dos partes. La primera está compuesta de tres capítulos en los que establece el contexto: el concepto estoico de pneuma (c. 1), en este capítulo añade también las ideas de la medicina antigua; el Espíritu en el Antiguo Testamento (c. 2) y en la literatura judía del Segundo Templo (c. 3). Cada capítulo finaliza con un útil sumario. La segunda parte se centra en la concepción paulina del Espíritu en Romanos 8 en dos capítulos: primero trata el papel del Espíritu en la argumentación de Rom 5–8 (c. 4) y después analiza Romanos 8 desde la interacción entre Pablo, los estoicos y los escritos judíos coetáneos (c. 5). La obra termina con unas conclusiones generales y unos exhaustivos índices.
El c. 1 es especialmente interesante para los especialistas en los escritos paulinos, pues el prof. Kowalski hace una sencilla y útil síntesis de la visión estoica sobre el pneuma. Es articulada en seis categorías. Primero, habla del pneuma como un elemento vivificador que, junto a la comida y bebida, alimenta a los seres y les da vida y salud, si bien la relación entre el pneuma interior y el exterior –esto es, el aire– puede descompensarse y crear enfermedades. Segundo, el pneuma permite la percepción, el pensamiento y la conducta ética según los estoicos. Esta idea es concebida en términos materiales. Así Hipócrates considera que el pneuma-aire circula por canales especiales del organismo y permite ver y pensar. Este espíritu que habita dentro de los seres humanos es, para Séneca, un espíritu sacro (spiritus sacer) que lo guía y le permite razonar. El spiritus sacer que habita en el hombre es parte del espíritu divino que permea todos los seres. Los estoicos conciben estas conexiones de manera material. Tercero, ellos consideran el pneuma como un elemento que unifica el universo, imaginado como un gran organismo viviente. Cuarto, el pneuma también permite que los seres se puedan mezclar, conectar y penetrar mutuamente, aunque mantengan sus propiedades (concepto estoico de krasis). Quinto, según la medicina antigua y los estoicos, el esperma del varón contiene el pneuma que forma y da vida a la nueva descendencia en el vientre pasivo de la mujer. Por ello, el espíritu es también causante de la filiación. Y sexto, el pneuma es la causa de la inspiración de poetas, enamorados, guerreros o profetas. De nuevo, ellos imaginan esta inspiración de forma material. Aunque la exposición de los capítulos es clara y bien informada, el prof. Kowalski cita indistintamente a Aristóteles, Plutarco, Plotino o los teóricos de la medicina antigua, entre otros muchos, con lo que sus afirmaciones parecen más bien convicciones generales del pensamiento grecorromano sobre el pneuma, sin quedar a veces claro qué es lo genuino del pensamiento estoico.
En el c. 2, el autor sostiene que el Espíritu en el Antiguo Testamento funciona como principio de vida. Aunque esta idea es compartida por los estoicos, los autores bíblicos recalcan que el pneuma es un don del Dios creador y que vuelve a él cuando la criatura muere, no se disuelve en la atmósfera (cf. Ecl 12,7). Asimismo, el espíritu es un elemento constitutivo del ser humano, origen de sus conocimientos, emociones, decisiones y actuación moral, otra idea compartida por los estoicos. No obstante, ellos recalcaban la materialidad del pneuma que se expandía, endurecía, etc., para generar las emociones. En cambio, estas expresiones en la tradición bíblica no parecen ser entendidas de manera mecanicista. El Antiguo Testamento atestigua otras muchas manifestaciones y funciones del Espíritu: hace posible la revelación de Dios y el don de su sabiduría; capacita a jueces, reyes y profetas para cumplir su misión; es mediador del conocimiento y la vida moral; y es el don escatológico anunciado por los profetas. Siguiendo la estela de Gunkel, el prof. Kowalski nota que el acceso al Espíritu divino en la Biblia es fenomenológico: los autores bíblicos no definen al Espíritu, sino que describen sus actuaciones. Por último, el autor identifica dos interesantes tendencias (129-130): cuando el pneuma funciona como una categoría antropológica, la conexión entre el Antiguo Testamento y la visión grecorromana es mayor; cuando funciona como una categoría descriptiva de las acciones divinas, la visión bíblica del Espíritu es más original.
En el c. 3, Kowalski considera una continuidad sustancial entre la visión del Espíritu en el Antiguo Testamento y la literatura judía del Segundo Templo, solo con algunos matices novedosos: la conexión entre el Espíritu y el Mesías, o la identificación de los ángeles y demonios como seres espirituales. El autor examina cómo aparece el E/espíritu en 1 Henoc, Jubileos, Qumrán, los testamentos de los doce patriarcas, los Salmos de Salomón, Filón, Josefo, el libro de las Antigüedades Bíblicas, José y Asenet, 4 Esdras y 4 Baruc. Kowalski también nota ciertos paralelismos con los estoicos en la visión del pneuma como principio de vida y como realidad divina que llena el universo (cf. Filón, Gig. 27), entre otros factores. Añade dos secciones específicas sobre la comparación de los escritos estoicos con Qumrán y Filón. Destaca el análisis sobre el Espíritu como responsable de la conducta moral en Qumrán y en los estoicos. Sin embargo, los rasgos apocalípticos del pneuma (v. gr. el Tratado de los dos Espíritus de Qumrán) también evidencian claras diferencias, pues los estoicos recalcaban la autonomía de la persona en sus decisiones, mientras que en Qumrán y, en general, en la literatura del Segundo Templo otros seres (ángeles, demonios, etc.) presionaban e influían en los fieles. Además, el Espíritu aparece en los escritos del Mar Muerto como un don escatológico, ajeno a los seres humanos, que Dios envía para liberarlos del mal, en contraste con la concepción inmanente de los estoicos.
Se le suele criticar a Engberg-Pedersen que no considera suficientemente dónde y por qué aparecen las afirmaciones paulinas sobre el pneuma. Por eso, Kowalski incluye un oportuno estudio de la progresión argumentativa de Rom 5–8 para contextualizar en ella los contenidos sobre el E/espíritu. Su planteamiento sigue sustancialmente la exégesis retórica de J-N. Aletti, God’s Justice in Romans. Key for Interpretating the Epistle to the Romans, GBP, Roma 2010, 44-53; e Id., New Approaches for Interpreting the Letters of Saint Paul (Subsidia Biblica 43), GBP, Rome, 2012, 61-138. El tema global de la argumentación, que desarrolla la tesis de Rom 5,20-21, es la nueva vida justificada que nace de la gracia de Cristo en oposición al dominio del pecado y de la ley. A tal fin es crucial la función del Espíritu como realidad divina que posibilita esta nueva vida. El Espíritu, mencionado como intermediario del amor de Dios (5,5) y de la nueva vida (7,6), es invocado en Rom 8 nada menos que veinte veces (una más para el espíritu humano), en vista de mostrar cómo Dios en Cristo ha redimido al ser humano. Kowalski insiste en que “la vida nueva del cristiano es al mismo tiempo obra del Espíritu y fruto del esfuerzo humano” (230). Además, él evidencia que el Espíritu permite soportar y superar los sufrimientos humanos y cósmicos de esta edad (Rom 8,18-30). En síntesis, este capítulo sitúa Rom 8 en el conjunto de la carta y demuestra la importancia clave del Espíritu, sobre todo en Rom 8,1-30, sección culminante de la argumentación.
El último capítulo (“Chapter Five: Paul, the Stoics, and Jewish Authors in Dialog”) es el clímax de la monografía. El autor teje en él los hilos que ha identificado en los capítulos precedentes. La disposición es temática. Presento sus propuestas.
Primero, Kowalski muestra que la fluidez entre la identidad divina y humana del pneuma, propio de la concepción estoica, también aparece en los escritos paulinos. A tal fin estudia Rom 1,9; 8,10; y 8,16. La conexión entre el espíritu humano y el divino se daba igualmente en la Escritura y la tradición judía (Sal 51,12-13; 1QS 3,13–4,26), en la que el espíritu humano era concebido como un espacio de comunicación con Dios. Ahora bien, Kowalski nota algunas peculiaridades de Rom 8: Pablo no acentúa la conexión del Espíritu con los vicios o virtudes, ni muestra la conexión entre el espíritu y el alma, como hacían los estoicos. Subraya, más bien, que el Espíritu es un don sobrenatural, por lo que se aleja de la concepción material y mecanicista estoica. Tampoco comparte la idea determinista de numerosos escritos del Segundo Templo, según la cual Dios da espíritus de verdad o engaño que determinan la conducta humana. Para Pablo, estos espíritus benéficos o maléficos no pueden nada contra los creyentes, solo el Espíritu de Dios. En definitiva, “como resultado de la primacía de la gracia en Cristo, el espíritu humano ya no se debate entre el pecado y la santidad, sino que la única entidad que tiene algún impacto sobre él es el Espíritu de Dios y de Cristo” (251).
Segundo, el E/espíritu es también un vehículo de conocimiento y actuación para los estoicos, los judíos del Segundo Templo y para Pablo. En Rom 8,4, el Espíritu hace posible que el creyente obre de acuerdo con su nueva vida bautismal; y, en Rom 8,5-6, el Espíritu asume el rol de un maestro que enseña al fiel un nuevo modo de pensar y actuar. Kowalski también identifica esta función cognitiva y ética del Espíritu en Rom 8,16 y 8,26. Por su parte, Engberg-Pedersen establece un paralelo directo entre los estoicos y Rom 8,1-13, pues en los dos casos el pneuma material hace conocer al ser humano y así le permite actuar responsablemente. Kowalski acepta esta función cognitiva del Espíritu, pero no su mecánica materialista e inmanente. Pablo, como Filón, subraya la trascendencia de Dios y concibe al Espíritu como un reflejo inmaterial de la naturaleza divina (264). Además, Kowalski critica el excesivo énfasis que pone Engberg-Pedersen en los aspectos intelectuales, psicológicos y antropológicos de la cognición estoica. La idea de Pablo es menos individualista y más cristocéntrica. “La restauración del mundo ocurre gracias al Mesías, y no a los esfuerzos de los seres humanos por alcanzar su naturaleza divina” (266). Por otro lado, la esclavitud del ser humano por el pecado no se soluciona con el ejercicio de la razón y la voluntad, como propone el intelectualismo ético estoico; sino que proviene de la acción redentora de Cristo y el don vivificante de su Espíritu (269). Seguidamente el autor muestra convincentemente que el trasfondo de Romanos 8 respecto del Espíritu está más en Jeremías 31,31-34 y Ezequiel 36–37 que en los escritos estoicos.
Tercero, el autor analiza la idea de la inhabitación del Espíritu en Rom 8,9-11, los estoicos y la literatura judía. Kowalski evidencia que tanto los estoicos como Pablo consideraban la inhabitación literalmente, no solo como metáfora. Además, propone ciertas similitudes entre el pneuma paulino y la krasis estoica, según la cual la actividad del Espíritu permite que Dios interactúe con los humanos sin absorberlos ni alterar sus propiedades (291-292). Pero, de nuevo, Pablo se distancia de los estoicos en su sesgo materialista: no es que el pneuma material que lo llena todo también esté permanentemente presente en el hombre; el Espíritu para Pablo es un don trascendente de Dios que pone su morada en los creyentes como en su santo templo (cf. 1 Re 8,29-30; Esd 6,12; Neh 1,9). Kowalski también compara la idea de la inhabitación en Pablo y en Filón; y nota que el apóstol tiene una visión más positiva de la corporalidad humana. Asimismo, la cristología es distintiva: el Hijo, enviado en semejanza de una carne pecadora (Rom 8,3), hace posible que el Espíritu del Hijo pueda habitar en los humanos. “Lo que parece imposible para Filón, debido a la trascendencia de Dios, se convierte en posible para el apóstol, porque ha tenido lugar en Cristo” (297). Por otro lado, Filón considera que el ser humano debe tener una serie de méritos para que el Espíritu habite en él, mientras que la idea paulina de inhabitación es más incondicional y gratuita. Así Pablo “democratiza” la acción del Espíritu, no como Filón, para quien el pneuma divino reside solo en personas excepcionales como Moisés (290).
Cuarto, el apóstol insiste en Rom 5–8 en que el Espíritu es portador de vida, idea que comparten los estoicos y los textos médicos de la época. Pero Pablo recalca que se trata de la vida eterna como participación en la resurrección del Hijo (Rom 8,11). Así pues, no consiste, como pensaban los estoicos, en una infusión del pneuma material y de la conflagración universal que transformaría todo en pneuma; sino de la conformación personal y libre con Cristo, gracias a la acción del Espíritu que aventura una resurrección personal y corporal, no una conflagración cósmica. Kowalski nota, asimismo, que la significativa acción del Espíritu en la resurrección de los muertos según Rom 8 es muy rara en la literatura judía (solo en 4Q521 frag. 2; 4Q385 frag. 2; y, como metáfora de la conversión, en José y Asenet 8,10-11). Además, Pablo es novedoso al recalcar la cooperación entre el Espíritu y el Mesías en la resurrección del creyente, que no es concebida como una recompensa por el cumplimiento de la ley, sino como un don gratuito que da acceso a la vida nueva.
Quinto, los estoicos concebían el pneuma como fuerza que unifica el universo. También Pablo considera que el Espíritu une en un solo cuerpo a los bautizados (1 Cor 12,4.7-13; 2 Cor 13,13; Flp 1,27; 2,1). Esta idea reaparece en Rom 8 al presentar a los hermanos clamar unidos por la fuerza del Espíritu, Abba, Padre (Rom 8,15); y al mencionar la intercesión del Espíritu en ellos (8,26-27). Ciertamente la nueva vida donada por el Espíritu es pensada como una experiencia comunitaria, incluso cósmica (8,18-30). En este sentido, el apóstol parece imaginar el cosmos como un gran organismo viviente con una conciencia de algún tipo, gracias a la acción del pneuma divino, lo que se acerca en cierto modo a la concepción estoica. Pero los estoicos tenían un visión inmanente y pansíquica del universo en el que el pneuma actúa como alma del mundo. Pablo, en cambio, no imagina el mundo deificado, antes bien, la creación está sometida a la futilidad y al sufrimiento. Ciertamente esta dinámica sufrimiento/glorificación de Cristo, de los creyentes y de la creación, está muy lejos del estoicismo. Kowalski nota, además, que la actuación del Espíritu como intercesor (Rom 8,26-27) no tiene paralelos en la literatura judía y nace por la analogía de la acción de Cristo en favor de los creyentes. En este sentido, J. Frey, “How Did the Spirit Become a Person?”, en J. Frey – J. Levinson (eds.), The Holy Spirit, Inspiration, and the Cultures of Antiquity. Multidisciplinary Perspectives (Ekstasis 5), De Gruyter, Berlín, 2014, 343-371, ha demostrado que la progresiva personalización del Espíritu en el pensamiento de los primeros creyentes se debe a la correlación entre la acción del Cristo exaltado y del Espíritu Santo.
Sexto, el autor nota que el pneuma actúa en la procreación tanto en la concepción paulina como en la estoica. En Rom 8,14-17, el Espíritu hace posible la adopción filial y, en Rom 8,29, permite su transformación en hijos de Dios a imagen de Cristo. Ahora bien, Kowalski refuta a los autores (Hodge, Stowers, Engberg-Pedersen) que imaginan esta acción de manera fisiológica: al igual que el pneuma en el esperma del padre fecunda el vientre de la madre, así también el pneuma divino por el bautismo entraría físicamente en el corazón de los creyentes y los convertiría en hijos de Dios. Sin embargo, Pablo nunca habla de este hecho como un proceso mecánico y fisiológico, sino como un don escatológico similar a la acción creadora de Dios. Además, el creyente puede colaborar u oponerse libremente a esta filiación.
El prof. Kowalski acaba con unas breves conclusiones en las que resume los hallazgos de su monografía e insiste en que los estudios paulinos deben superar la dicotomía entre el judaísmo y el helenismo.
En general, la monografía es muy consistente. Su tesis general –los escritos paulinos comparten algunas ideas sobre el pneuma con los estoicos, pero las diferencias son sustanciales– es cumplidamente probada. La principal valía de la obra es demostrar que la interpretación material, mecánica y fisiológica del Espíritu en los escritos paulinos, que tanto se ha popularizado últimamente, no está fundada. Kowalski demuestra que, para Pablo, por el evento apocalíptico de Cristo, los creyentes han recibido el don escatológico del Espíritu, realidad trascendente que los introduce en la comunidad de la salvación –frente a una cierta tendencia individualista de los estoicos– y los capacita para vivir la nueva vida en la que deben cooperar –frente a una visión mecanicista–. Este proceso transformador que podemos llamar deificación no sucede de manera automática por la infusión del pneuma material, sino por el don divino del Espíritu acogido libremente por la fe. En sentido parecido, cf. el reciente artículo de J. T. Hewitt, “Πνɛῦμα, Genealogical Descent and Things That Do Not Exist according to Paul”, New Testament Studies 68 (2022) 239-252. Además, me parece sugerente la propuesta de Kowalski según la cual Pablo consideraría el Espíritu de manera más autónoma y personal que los escritos judíos del Segundo Templo (273). Hubiera esperado que desarrollara más esta idea. Podría contribuir a ello la lectura de J. Frey, “How Did the Spirit Become a Person?”, 343-371.
La monografía también tiene algunas limitaciones. Las citas de los autores especialistas en la materia (Levinson, Rabens, etc.) se multiplican, lo que embrolla a veces la exposición original del autor. En otras ocasiones las ideas son algo repetitivas, por lo que al lector con poco tiempo le pueden bastar las secciones comparativas y los sumarios. Asimismo, echo en falta una mayor atención a los estudios de la Nueva Perspectiva Radical (o “Paul within Judaism”) que también han adoptado la concepción literal y fisiológica de la infusión del Espíritu en el creyente por el bautismo desde una perspectiva puramente judía, no estoica. El diálogo con ellos enriquecería la exposición. En cuanto a la comparación con el estoicismo, a veces he tenido la sensación de que los análisis son un tanto genéricos, cosa por otra parte legítima pues el autor emprende una labor comparativa. En este sentido, Kowalski insiste mucho en que los estoicos tienen una visión individualista del ser humano (cf. 266). Sin embargo, la propuesta política de los estoicos era eminentemente comunitaria, como bien ha demostrado B. Arnold, “αὐτάρκης in Stoicism and Phil 4:11: Challenging Individualist Reading of Stoicism”, Novum Testamentum 59 (2017) 1-19. Por último, tampoco estoy del todo convencido con la distinción neta que hace Kowalski entre la abundancia de espíritus angélicos y demoníacos de la literatura judía de la época y la supuesta visión paulina de un solo Espíritu de Dios que se comunica con el espíritu humano. Pablo menciona en sus cartas a Satanás, a seres angélicos, a los tronos, principados y potestades, etc. Creo que sus cartas son también expresión de este mundo antiguo habitado por fuerzas espirituales, aunque ciertamente estén sometidas al señorío de Cristo. En este sentido, cf. C. Tibbs, Religious Experience of the Pneuma: Communication with the Spirit World in 1 Corinthians 12 and 14 (WUNT II/230), Mohr Siebeck, Tübingen, 2007.
En fin, recomendamos vivamente la lectura de la monografía del prof. Kowalski, una magnífica obra que informará al lector sobre los debates actuales acerca de la pneumatología paulina y le ofrecerá una propuesta equilibrada y bien fundada sobre ella. Además, el lector podrá encontrar en sus páginas un abundante y coherente arsenal de citas, argumentaciones y excelentes exégesis de Rom 8. Sin duda, se trata de un libro necesario para los estudiosos de las cartas paulinas.
Álvaro Pereira-Delgado
Facultad de Teología San Isidoro de Sevilla (España)