Pablo Jaruf, Magdalena Magneres y M. Belén Daizo
Universidad de Buenos Aires
pfjaruf@uba.ar
https://orcid.org/0009-0009-5822-1504
Magdalena Magneres
Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires
https://orcid.org/0009-0004-4179-1424
M. Belén Daizo
IMHICIHU-CONICET
https://orcid.org/0009-0000-4434-9878
Resumen: El período que va desde la Edad del Bronce Tardío hasta la Edad del Hierro II en el Levante meridional (ca. 1600-600 a. e. c.) ha sido clave para la arqueología siro-palestina pues, con base en el relato bíblico, se lo considera el momento cuando se produjo el establecimiento de los israelitas y la conformación de la Monarquía Unida, seguida por los reinos de Israel y de Judá. El objetivo de este artículo es ofrecer un resumen actualizado sobre las características y los cambios en los sistemas de asentamiento urbano durante dicho período, para lo cual se analizan evidencias arqueológicas y epigráficas.
Palabras clave: Urbanismo. Levante meridional. Edad del Bronce Tardío. Edad del Hierro. Monarquía Unidad. Cronología baja.
Abstract: The period from the Late Bronze Age to the Iron Age II in the Southern Levant (ca. 1600-600 BCE) has been key for Siro-palestinian archaeology because, based on biblical narration, it is considered the moment when the settlement of the israelites and the conformation of United Monarchy, followed by the kingdoms of Israel and Judah, took place. The aim of this paper is to offer an updated summary about the features and changes in urban settlement systems during that period for which archaeological and epigraphic evidences are analyzed.
Keywords: Urbanism. Southern Levant. Late Bronze Age. Iron Age. United Monarchy. Low Chronology.
La región del Levante meridional está delimitada al oeste por el mar Mediterráneo, al sur por el desierto del Néguev, el oeste por la meseta occidental transjordana, mientras que al norte llega hasta la parte meridional del Líbano, constituyendo el tramo final del río Litani, a la altura del monte Hermón, su límite imaginario (Fig. 1). En el período que va desde la Edad del Bronce Tardío hasta la Edad del Hierro II (ca. 1600-600 a. e. c.) se produjeron en esta región cambios significativos en los sistemas de asentamiento, los cuales sirvieron como contexto para el establecimiento de los israelitas en la Tierra de Canaán y la conformación de la Monarquía Unida, seguida por los reinos de Israel y de Judá.
Fig. 1. Mapa con los principales sitios mencionados en el texto
(elaboración propia a partir de http://onlineresize.club/2021-club.html).
De manera tradicional, se suponía que, siguiendo el relato bíblico, los israelitas habían conquistado la Tierra de Canaán a fines del Bronce Tardío (ca. 1600-1200 a. e. c.), generando poco a poco un proceso de urbanización que los había llevado de una confederación laxa de diversas tribus a una serie de reinos fuertemente centralizados1. Sin embargo, los problemas para establecer una cronología clara para la supuesta conquista, sumado a diversos testimonios, contenidos principalmente en el libro de Jueces, que ofrecían una visión alternativa donde los recién llegados coexistían con las poblaciones locales, condujeron a poner de relieve otra hipótesis, conocida como infiltración pacífica. Según esta visión, poblaciones seminómadas de los márgenes orientales y meridionales se habrían introducido de manera paulatina en el territorio, mezclándose con los habitantes locales y estrechando vínculos con sectores empobrecidos. Una vez establecidos, habrían comenzado a generarse conflictos, sobre todo debido a la competencia por tierras cada vez más escasas, lo que explicaría entonces que siglos después se recordara como una época de enfrentamientos entre nativos y extranjeros2.
Tanto esta hipótesis como la anterior respetaban el relato bíblico, en el sentido de considerar que los israelitas era una población que desde fuera había ocupado el territorio, ya sea por medio de la conquista violenta o de la infiltración pacífica. No obstante, a partir de los sesenta comenzó a ganar lugar un tercer enfoque que, en cambio, postulaba un origen local para los israelitas. Durante el Bronce Tardío los señores urbanos habrían oprimido cada vez más a los campesinos, quienes entonces se rebelaron en su contra, destruyendo sus palacios y ciudades, dando origen así a una estructura social más igualitaria y con una nueva ideología religiosa, basada en el culto a un único Dios3. En esta visión concurría la hipótesis de que las poblaciones ḫabiru, mencionadas en distintos documentos cuneiformes, habrían sido los antecesores de los hebreos bíblicos, mientras que se sugería que los sublevados habrían sido liderados por una vanguardia procedente de Egipto y, por esto mismo, conocedora de la reforma de Akhenatón4.
Por supuesto, no resultó sencillo articular estas nuevas ideas con las evidencias disponibles, pero abrieron paso para que estudios mejor fundados, alejados ya del relato bíblico, pudieran avanzar en modelos que se basaran principalmente en el registro arqueológico. De aquí surgió una cuarta propuesta, la cual postuló que el origen de los israelitas se debía a un ciclo gradual de urbanización de las tierras altas, con lo cual se descartaba tanto su origen foráneo como la idea de una revuelta campesina. En su lugar, pasó a considerarse que el largo período de desurbanización acaecido durante la presencia egipcia en el Bronce Tardío, que había orientado a las poblaciones a adoptar una forma de vida móvil basada en el pastoreo, habría sido sucedido por un lento proceso de reurbanización en el Hierro I (ca. 1200-900 a. e. c.), cuando estas mismas poblaciones habrían retornado al sedentarismo y desarrollado una nueva identidad colectiva, signada por prácticas culinarias, de culto y materiales que poco a poco darían lugar a los primeros israelitas5.
Ahora bien, más allá de estas discrepancias sobre la naturaleza del asentamiento, todos compartían que, una vez establecidos, la dinámica habría sido similar, postulando un incremento demográfico a partir de la Edad del Hierro I, seguido de la construcción de ciudades y el desarrollo de una paulatina desigualdad y jerarquización social que derivó en el surgimiento, primero, de la Monarquía Unida y, segundo, de los reinos de Israel y de Judá en la Edad del Hierro II (ca. 900-600 a. e. c.)6.
En suma, a pesar de las distintas posturas, todos parten de la base de que habría habido una desurbanización que se fue pronunciando a medida que avanzaba el Bronce Tardío, que esta tendencia comenzó a revertirse a comienzos del Hierro I y que a partir del Hierro II se produjo un incremento en la cantidad y el tamaño de los asentamientos, consolidando una fase de reurbanización. Esta situación es la que nos impulsa a ofrecer en este trabajo un resumen actualizado sobre dicho proceso, contemplando a su vez los métodos y técnicas llevados adelante por los investigadores, pues los mismos inciden de manera directa en el tipo de información que se genera y sus posibilidades de interpretación.
El estudio de las ciudades en el Levante meridional cuenta con una larga historia, pues los principales sitios excavados fueron aquellos asentamientos urbanos mencionados en la Biblia, concentrándose en los estratos que habrían correspondido a la época de la Monarquía Unida o los períodos inmediatamente anteriores o posteriores7. El estudio del espacio rural, por lo tanto, despertaba menos interés, siendo resultado de excavaciones casuales que, o bien no hallaban lo que esperaban, o bien se debían a la construcción de infraestructura moderna, obligando al rescate de sitios que pronto serían cubiertos o destruidos. Recién, a fines de la década de 1960 comenzó a prestarse mayor atención a la relación entre el espacio urbano y el rural, enfoque favorecido, por un lado, por el influjo de la nueva arqueología o arqueología procesual, y, por otro, por la nueva situación política resultado de la guerra de los Seis Días, cuando gracias a la ocupación israelí se emprendieron prospecciones en Transjordania, los Altos del Golán y la península del Sinaí8. Desde entonces primaron los estudios regionales con una mirada de larga duración que permitieron una mejor comprensión del urbanismo y de la sociedad del Levante meridional, siendo complementados de manera crítica por investigaciones más recientes que ponderan los aspectos cualitativos del paisaje, lo que en general podemos englobar dentro del enfoque de la arqueología postprocesual9. Asimismo, estas nuevas miradas dan mayor lugar a la idea de conflicto, tanto en el pasado como en el presente, en el sentido de que las disputas actuales en torno al territorio repercuten también en la forma como se estudia la antigüedad10.
La mayor parte de la evidencia para el estudio de las sociedades del Levante meridional, tanto textual como arqueológica, procede de ciudades. Como vimos, es común asociar los grandes cambios con la emergencia o la transformación de los centros urbanos, pues mientras que su crisis estaría vinculada con la ocupación israelita, su recuperación lo estaría con la formación de los reinos de Israel y de Judá.
Una primera cuestión para señalar es que no resulta fácil definir qué es una ciudad, debido a las marcadas diferencias tanto temporales como espaciales. Para sortear este problema muchos han apelado al método comparativo, buscando aquellos rasgos que permiten establecer un denominador común. Uno de los aportes más significativo fue realizado por el arqueólogo Childe11 quien, basándose en el modelo de la revolución industrial, consideró a las primeras ciudades de Mesopotamia, de Egipto, del valle del Indo y de Mesoamérica como centros donde ya predominaba una solidaridad orgánica, es decir, una relación interdependiente entre personas que desempeñaban distintas tareas, para cuya coordinación dependían de un grupo gobernante que se imponía sobre el resto con el fin de evitar conflictos derivados de las nuevas formas de desigualdad que estas dinámicas implicaban. Las evidencias materiales de este fenómeno no eran solo el aumento del tamaño de los asentamientos y su arquitectura monumental, sino también los artefactos cuya elaboración denotaba un alto grado de técnica, seguramente resultado de un trabajo artesanal especializado, además del surgimiento de formas de registro, como la escritura, y el desarrollo de ciencias exactas, entre otros indicadores.
Uno de los problemas señalados acerca de aproximaciones como las anteriores es determinar cuántos indicadores hacen falta para identificar a una ciudad. Una posible forma de solucionar este dilema consiste en sintetizar una o dos ideas centrales que permitan comprender aquellos rasgos distintivos que son propios de la vida urbana. Tanto Lull y Micó, como Liverani, basándose en la propuesta de Childe, han ofrecido definiciones en este sentido. Los primeros sostienen que la ciudad se fundamenta en la “concentración y gestión centralizada de excedentes producidos socialmente” y la “división del trabajo que contempla la especialización a tiempo completo entre quienes producen y quienes gestionan el excedente social acumulado”12. Por su parte, Liverani plantea que “la ciudad se distingue de la aldea por una complejidad que se basa en la especialización laboral y produce desigualdades socioeconómicas” y en “una separación de excedentes (motivada ideológicamente), que se centralizan y redistribuyen a los productores”13.
Es claro que en este tipo de propuestas predomina el peso de lo redistributivo, centralidad puesta en duda por otros enfoques que prefieren destacar las prácticas de intercambio semejantes al comercio14. Según estos enfoques, la aglomeración tiene como objetivo maximizar los beneficios, concentrándose las poblaciones en lugares más accesibles a las rutas de intercambio o el control de determinados recursos15.
Llegados a este punto es evidente que para comprender y definir qué es una ciudad no alcanza con determinar sus rasgos característicos, sino que es necesario considerar todo aquello que está por fuera de la misma, ya sea la campiña rural donde se obtienen los excedentes que son concentrados y redistribuidos, o aquellos otros lugares y personas que conectan las rutas de intercambio. En efecto, la ciudad es solo parte de un sistema mayor, sin el cual su propia existencia sería imposible.
La arqueología del Cercano Oriente, a partir de la década de1960, comenzó a aplicar modelos que abordaban el fenómeno urbano desde una perspectiva sistémica. Un estudio pionero fue el de Adams, quien realizó prospecciones en la Baja Mesopotamia16. A esto se sumó el trabajo de Johnson en Irán sudoccidental, donde estudió la urbanización temprana de la región de Elam17. En general, lo que tienen en común todos estos enfoques es que las ciudades pasaron a ser consideradas como parte de sistemas regionales. Otra referencia obligada es el trabajo de Redman, quien entendía a la ciudad “como un nódulo de funcionamiento integrado en una red más extensa” que “tan solo puede ser evaluado en términos del sistema en su conjunto”, definiéndose entonces “como una intersección de la red”18.
El aspecto distintivo de estos enfoques es que incorporan dentro de los estudios urbanos a los poblados y aldeas rurales. Como sostiene Cowgill, “lo rural solo tiene sentido como un sector dentro de sociedades que también tienen un sector urbano”; “todos los asentamientos tienen áreas de captación (catchment areas), pero solo las ciudades tienen campiñas (hinterlands)”19. De esta manera, hoy podemos encontrar definiciones que ya no se centran tanto en las características intrínsecas de las ciudades, sino en su articulación con otras formas de asentamiento. Por nuestra parte, en un trabajo anterior hemos sugerido que pueden ser entendidas como centros habitados por poblaciones diversas que ocupan la cima (o los niveles más altos) de un sistema jerárquico de asentamiento –caracterizado este por una división espacial del trabajo y la centralización de excedentes–, distinguiéndose por una planificación y una arquitectura propia, según dicten los criterios culturales predominantes de un período y de una región en particular20.
Con respecto a la división espacial del trabajo y la centralización del excedente, se tratarían de los aspectos que definen, por un lado, la interdependencia y, por el otro, la jerarquización del sistema, así como su cantidad de niveles. La centralización del excedente puede y suele darse a través de distintas vías, ya sea por la imposición de un tributo o bien por la existencia de plazas o puertos de mercado donde las personas acuden para intercambiar sus productos. Desde este punto de vista, una mengua en la división del trabajo, donde en distintos asentamientos se comiencen a producir los mismos bienes, así como una mayor concentración de excedentes en el espacio rural tendrían como resultado una desurbanización.
En resumen, con base en estas consideraciones teóricas, cuando hablamos de urbanización nos referimos a la multiplicación en la cantidad y el aumento del tamaño de ciudades, mientras que, por el contrario, la desurbanización significa la disminución en el número y la dimensión de dichos asentamientos. Lo anterior no implica que ante el descenso de las ciudades aumente el número de aldeas, pues estas últimas también pueden reducirse, lo que en conjunto indicaría un descenso demográfico y/o el aumento del componente móvil de las poblaciones. Por contra, un aumento de las aldeas no sería sinónimo de urbanización, pues podría tratarse de pequeños asentamientos agrícolas poco especializados y con escasos vínculos de intercambio, fenómeno que sería mejor considerar como ruralización.
Para abordar el fenómeno urbano según las definiciones teóricas esbozadas en el apartado anterior, es necesario considerar los aspectos metodológicos, es decir, el conjunto de métodos empleados en el análisis. En general, los estudios sobre los asentamientos urbanos se apoyan sobre la evidencia que la arqueología provee por medio de técnicas, herramientas analíticas y modelos que permiten relevar e interpretar el registro arqueológico. Los métodos utilizados en el campo y, posteriormente, en el laboratorio permiten dar cuenta de nuevos datos y de revisar los ya conocidos.
Una de las claves para la detección y análisis de sitios son las tecnologías de muestreo e identificación. Si bien tradicionalmente se consideraba al trabajo de campo casi solo en función de la excavación de los yacimientos individuales, en las últimas décadas el enfoque se ha ampliado para abordar los paisajes de forma integral21 y la prospección superficial se ha incorporado como complemento –e incluso en reemplazo– de la excavación22. En este sentido, las diferentes técnicas de prospección superficial (por ejemplo, intensiva, extensiva; sistemática, asistemática) se conjugan con el reconocimiento aéreo de los asentamientos y análisis del paisaje23. Estas tecnologías tienen como objetivo, por un lado, la recolección de datos y, por otro, su análisis e interpretación integrándolos al conjunto mayor de información que no solo es responsable de los descubrimientos, sino que también permite advertir sobre los cambios acontecidos en el terreno.
En este sentido, la fotografía aérea –y la amplia gama de posibilidades que proporciona– es considerada como la herramienta y el medio central de las investigaciones24. Por ejemplo, el uso de esta técnica en Siria se registra ya desde la década de 1920 para analizar las rutas caravaneras que conducían a las defensas fronterizas romanas del desierto, mientras que hoy en día demuestra incluso su aplicabilidad a entornos subacuáticos, dando a conocer el puerto sumergido de Tiro25. Es importante tener presente que estas imágenes no revelan yacimientos por sí solas, sino que son los especialistas quienes interpretan los resultados y construyen los datos por medio del reconocimiento de estructuras antrópicas y su dispersión espacial, por ejemplo, la ortografía y la fotogrametría26. La georreferenciación de imágenes –esto es, el posicionamiento espacial de una entidad en una localización geográfica definida por un sistema de coordenadas único– es la clave para su integración con los softwares de sistemas de información geográfica (SIG o GIS por sus siglas en inglés: geographic information system) considerados como “el mayor paso adelante en la gestión de la información geográfica desde la invención del mapa”27. Las excavaciones en Kiriath-Jearim, encabezadas por Finkelstein, son un ejemplo de esta aplicación, donde se comparan las imágenes tomadas a principios del siglo xx, el uso de ortofotografía y las modelizaciones actuales en tres dimensiones por medio de técnicas más avanzadas28. Asimismo, los trabajos en Megido por parte del Jezreel Valley Regional Project dan cuenta de la amplia gama de aplicaciones del SIG (por ejemplo, sustitución de los dibujos de relevamiento tradicionales por las técnicas digitales de documentación en tres dimensiones)29.
En relación con lo anterior, conviene señalar que los recientes avances tecnológicos han tenido un fuerte impacto en la esfera de la fotografía aérea: el realce de la fotografía mediante ordenadores y softwares especializados mejora su intensidad, su contraste y permite la manipulación digital de las imágenes ajustándolas a la cartografía aérea, posibilitando la transformación y combinación de varias imágenes tipo plano que facilitan la fotointerpretación y la elaboración de mapas. Algunos ejemplos de la aplicación de estos recientes avances son los estudios por medio de GPR (ground penetrating radar)30 y LiDAR (light detection and ranging)31 llevados a cabo en Qumrán –detección de anomalías presentes bajo la superficie32– y en Tell es-Safi –donde desde 2012 se hacen modelizaciones del paisaje basadas en un modelo real y no matemático33–. Por lo tanto, el uso de la información obtenida desde el aire como capa SIG, en combinación con los datos topográficos y la información arqueológica disponible, permite alcanzar resultados más fructíferos en la detección, relevamiento y elaboración de planos en el campo arqueológico34.
Debido a la importancia de los sitios costeros, su estudio posee una centralidad manifiesta, aunque puede presentar un mayor grado de dificultad. Para lo anterior suele recurrirse a la arqueología subacuática, la cual también utiliza métodos geofísicos de muestreo y relevamiento. El objetivo de la investigación es el mismo, ya que se trata de un entorno arqueológico, pero se caracteriza por el desarrollo de un método propio dada la necesidad de adaptación a un medio acuático y todas las complejidades que este escenario presenta. Es muy conveniente su aplicación en naufragios y exploración de líneas de costa que actualmente se encuentran sumergidas producto de la elevación del nivel del mar y del ocultamiento de estos elementos arqueológicos35. Los resultados de las investigaciones llevadas a cabo por el Proyecto Marítimo de Tel Dor –cuyo objetivo es conocer las interconexiones marítimas durante la Edad de Hierro– es un buen ejemplo del desarrollo de esta disciplina en entornos subacuáticos36.
Más allá de la pluralidad de métodos de detección y relevamiento de sitios arqueológicos –nivel macro–, es menester mencionar las técnicas analíticas de materiales –nivel micro– que proporcionan valiosa información sobre la composición, procesos de producción y, fundamentalmente, procedencia de los hallazgos. El proceso de caracterización de estos materiales hace referencia a las técnicas analíticas semicuantitativas y cualitativas mediante las que se puede identificar las propiedades características del material constituyente. Para que esto sea factible, debe existir en el lugar de origen del material algún elemento que distinga a sus componentes de los de otra procedencia y, posteriormente, compararlos con los marcos de referencia para la interpretación de los datos.
En este sentido, los estudios petrográficos y metalográficos, tanto físicos como químicos, permiten describir el material de un modo mucho más preciso37. Los análisis petrográficos38 de lámina delgada, a partir de una muestra de un objeto lítico o de cerámica, posibilitan la determinación de la procedencia de estos materiales39. Por su parte, la metalografía40 analiza todos los procesos derivados de la obtención de piezas metálicas antiguas y, por medio de la identificación de los componentes, permite –al igual que la petrografía– identificar la región de procedencia de los metales y sus derivados41. Los estudios de procedencia de arcillas levantinas y egipcias de las dinastías XII y XV halladas en Tell el-Daba (Egipto)42, y de las aleaciones de cobre realizadas en puntas de proyectiles del período helenístico halladas en Ashdod-Yam43, representan claros ejemplos de análisis petrográficos y metalográficos respectivamente. De manera adicional, cabe destacar otra técnica de análisis, la espectrometría de fluorescencia de rayos X (XRF), que a través de la medición de la radiación permite identificar y cuantificar la cantidad de un elemento presente en la muestra44. El potencial de este tipo de análisis reside en su cualidad no destructiva y la utilización de instrumentos portátiles que pueden ser utilizados in situ en la labor de campo arqueológico (por ejemplo, en Megido)45 y en colecciones de museos (por ejemplo, para el análisis de pigmentos)46.
En suma, las técnicas y modelos aquí presentados dan cuenta de algunos de los avances metodológicos en la arqueología siro-palestina. A nuestro entender, conocer estos avances se torna indispensable para todos aquellos interesados en la articulación con los estudios históricos, pues nos permiten comprender las maneras como se generan los datos que después son interpretados acortando –en cierto modo– la brecha existente entre el trabajo arqueológico en relación con los documentos escritos.
Establecidos ya los criterios teóricos y las consideraciones metodológicas necesarias para abordar el fenómeno urbano en el Levante meridional, procedemos ahora a presentar de manera muy breve el estado de los conocimientos alcanzado hasta el momento sobre la Edad del Bronce Tardío, la Edad del Hierro I y la Edad del Hierro II. En los apartados siguientes daremos cuenta de cada una de estas edades, lo que nos obliga a realizar una selección de los aspectos centrales vinculados al problema del urbanismo. Asimismo, para estructurar la exposición, adoptamos dos sitios como ejes, Hazor y Megido, los cuales creemos ilustran de manera clara los cambios y las continuidades.
Si bien no existe unanimidad acerca de los criterios sobre cómo periodizar estas fases arqueológicas ni tampoco se dispone de fechas exactas, en términos generales la mayoría de los investigadores comparte un esquema cronológico como el siguiente:
Edad |
Fase |
Años a. e. c. aprox. |
Bronce Tardío |
BT IA |
1600-1450 |
BT IB |
1450-1350 |
|
BT IIA |
1350-1300 |
|
BT IIB |
1300-1200 |
|
Hierro I |
H IA |
1200-1100(¿?) |
H IB |
1100(¿?)-900 |
|
Hierro II |
H IIA |
900-800 |
H IIB |
800-700 |
|
H IIC-D |
700-600/500 |
|
Este cuadro tiene una función orientativa, es decir, que las fechas son aproximadas, solo para ilustrar al lector sobre las distintas fases y sus respectivas duraciones. Cabe aclarar que todos los investigadores no comparten esta cronología e incluso desacuerdan en la forma de dividir los períodos. Por nuestra parte, adelantamos que quizás algunos datos estén desactualizados al momento de la publicación, por lo que este cuadro está sujeto a correcciones y modificaciones47. |
La Edad del Bronce Tardío se distingue del período anterior, la Edad del Bronce Medio, por una fuerte reconfiguración del sistema de asentamiento. A partir de 1600 a. e. c., aproximadamente, no solo disminuye la cantidad de sitios, sino que los centros urbanos que subsisten reducen su tamaño y presentan mayores segregaciones internas, destacando ciudadelas donde habría residido una pequeña elite gobernante. Por ejemplo, en las tierras altas centrales del Levante meridional, según la base de datos West Bank, la cantidad de sitios disminuyó de un total de 513 durante el Bronce Medio a 142 para el Bronce Tardío48. En lo que respecta a las segregaciones internas, destaca el sitio de Megido, en el valle de Jezreel, donde Kempinski analizó la sucesión de estratos arqueológicos en el montículo principal, identificando la construcción de un nuevo complejo palacial desde el BT IA (Fig. 2), más cercano a la puerta central, locación que habrían preferido los nuevos gobernantes hurritas de la ciudad49. En la ciudad de Hazor se advierte una situación semejante, cuando a partir del BT IB se produce una reestructuración de toda la acrópolis, caracterizada ahora por un enorme complejo ceremonial que combina palacios y templos (Fig. 3), fuertemente vinculada con los grandes reinos de la época, como muestra su rica y variada cultura material, mientras que en la ciudad baja se erigieron otro tipo de santuarios, cuya estructura y repertorio se parecía más a aquellos identificados en ámbitos rurales50. Este contraste parece haber sido tan grande que, para investigadores como Zuckerman, permitiría explicar la temprana destrucción de partes de la ciudad y su abandono, acaecido en torno a 1250 a. e. c., resultado quizás de enfrentamientos entre los habitantes de la parte baja contra la elite que residía en la acrópolis51.
Fig. 2. Plano de la oeste del palacio y de un anexo, estrato VIIA,
Megido (adaptado de Loud, Megiddo II, Fig. 384).
Fig. 3. Plano del templo o del palacio ceremonial de la acrópolis de Hazor,
BT II (adaptado de Greenberg, Bronze Age, Fig. 6.11).
En general, la mayor parte de los sitios abandonados a comienzos del Bronce Tardío fueron aquellos de tamaño medio o pequeño y que presentaban solo una fase de ocupación, lo que entonces indicaría, según los estudios de Greenberg, una reducción en la cantidad de asentamientos agrícolas52. Estas poblaciones parecen haber optado por una forma de vida más móvil, quizás construyendo solo pequeños caseríos con materiales perecederos, hoy invisibles en términos arqueológicos. El conjunto de estos datos es común que sea interpretado como evidencia de un largo proceso de desurbanización, cuyo pico más bajo habría coincidido con el movimiento de poblaciones sucedido en torno a 1200/1150 a. e. c., fecha en la cual suele darse por finalizada la Edad del Bronce Tardío53.
Ahora bien, más allá de la disminución en la cantidad y el tamaño de las ciudades, nos preguntamos si acaso, en lugar de desurbanización, no sería más preciso hablar de una reconfiguración del sistema urbano. Si adoptamos como criterio la división del trabajo especializado y la gestión centralizada del excedente, pocas dudas caben de que continuaron siendo aspectos claves para la estructuración social durante el Bronce Tardío. Por un lado, contamos con evidencias tanto arqueológicas como epigráficas de que se consolidaron distintos grupos especializados en tareas no productivas, como por ejemplo militares, artesanos, mercaderes y escribas, a lo que se sumó el dominio egipcio, primero indirecto, en la fase conocida como BT IB-IIA, y después directo, en el BT IIB. Por otro lado, según se deduce de lo anterior, la subsistencia de estos nuevos sectores debió basarse en la extracción del excedente producido por campesinos y pastores, a pesar de que la mayoría de estos ya no habitaran en aldeas.
Sobre el registro epigráfico, la información más relevante la ofrecen las cartas de el-Amarna, donde leemos que los pequeños reyes sudlevantinos contaban con sus propios cuerpos de arqueros y carristas. Es cierto que estos militares especializados no parecen haber sido muy numerosos, como se deduce de los recurrentes pedidos de ayuda que hacían a los faraones, a quienes les solicitaban que al menos enviasen diez arqueros, cantidad que consideraban suficiente para controlar el tipo de problemas que se les presentaban54.
Además de militares, los líderes locales contaban con escribas a su cargo. Si bien algunos pudieron haber sido itinerantes, otros seguramente establecieron escuelas o al menos archivos, como parece deducirse de la evidencia de Hazor, de Ta’anach y de Afek, donde se hallaron fragmentos de tablillas cuneiformes con listas lexicales, ejercicios matemáticos, textos literarios, modelos de hígados55, recursos comunes para la educación de escribas, así como cartas, documentos relativos a la gestión de ovejas y de personas, registros de sentencias judiciales, listas de testigos, colecciones de leyes y sellos con inscripciones, dispositivos propios de un sistema administrativo56.
A pesar de lo minúsculo de estos sectores, dicha situación parece haber dado lugar a una mayor diferenciación social en comparación con el Bronce Medio. Sabemos que los escribas, por ejemplo, eran conscientes de su prestigio y tenían una visión de sí mismos como sector social diferenciado57. Este personal especializado, a su vez, trababa vínculos con las elites de otras ciudades y reinos del Cercano Oriente, particularmente con Egipto, Mitanni y el País de Hatti, lo que también nos indica la relevancia de los mercaderes, que seguramente estaban a cargo de cumplir con el circuito de dones y contradones que conectaban a los grandes y pequeños reyes del período58.
La cultura cosmopolita de la época es patente en los palacios y las tumbas. Por ejemplo, en el norte del Levante meridional, en el pequeño sitio de Kamid el-Loz, se encontraron decenas de cerámicas locales, chipriotas, egipcias y minoicas, a lo que suman armas de bronce, joyas de oro, escarabeos, anillos, cuencos de piedras exóticas y varios objetos de marfil, como un set de cajas decoradas que tenían juegos en su interior59. Hazor, quizás la ciudad más grande y poderosa del Bronce Tardío, también abunda en objetos varios, donde, además de cilindros sellos de estilo mitannio y de paneles egipcianizantes, cuenta con una profusa estatuaria en terracota, piedra y metal60. Un poco más al sur, destacan los cientos de marfiles hallados en Megido, que muestran influencias artísticas con vínculos desde Anatolia hasta Egipto61. Artefactos semejantes se multiplican en casi todos los sitios del Levante meridional, sobre todo en aquellos ubicados en la costa. Si bien muchos de estos bienes eran importados, otros denotan que fueron producidos de manera local, combinando o imitando estilos foráneos62. El conjunto de esta evidencia demuestra también la existencia de un artesanado altamente especializado al servicio de los palacios sudlevantinos.
Ahora bien, la subsistencia de estos distintos especialistas debió basarse en la extracción del excedente producido por campesinos y pastores. Sin embargo, la disminución en la cantidad de asentamientos agrícolas parece indicar que las autoridades no podían establecer con firmeza a estas poblaciones, lo que las obligaba a emprender razias regulares, como se deduce de la permanente referencia a grupos rebeldes y huidizos conocidos como ḫabiru/SA.GAZ. Así, por ejemplo, leemos que Rib-Ḫadda, rey de Biblos, manifestaba que: “La hostilidad de las fuerzas ḫabiru contra mí es fuerte. Que el rey, mi señor, no mantenga el silencio sobre la ciudad de Ṣumur, no permita que nadie se una a los ḫabiru”63.
Si bien una primera lectura parecería dar a entender que son los ḫabiru quienes acosan a los citadinos, esta preocupación en realidad parecería denotar el escaso control que las autoridades tenían sobre la población rural, la cual en cualquier momento podía rebelarse y aliarse a estos grupos de rebeldes. El mismo rey asegura en otras misivas que: “… ellos me han atacado noche y día. Más aún, tu deberías saber que mis poblados son más fuertes que yo…”64; “… tengo miedo de mis campesinos, no sea que ellos me ataquen”65. Aparentemente, la incapacidad para controlar dicha población dificultaba la extracción del excedente, lo cual ponía en riesgo la supervivencia de los sectores urbanos especializados. Que para asegurarse esta entrega se debía recurrir a razias se deduce de otra carta donde Rib-Ḫadda da a entender que ‘Abdi-Aširta, rey de Amurru, ha capturado a poblaciones otrora sometidas a él: “ha tomado todos mis poblados. Ahora solo me quedan dos, pero él intenta tomarlos”66.
Este escenario de conflictividad parece verse confirmado por la reiterada destrucción y reconstrucción de varios sitios del Levante meridional durante el Bronce Tardío. Un ejemplo es Tel Batash, un pequeño asentamiento caracterizado por una gran residencia o quizás un pequeño palacio, que muestra indicios de destrucción en cada uno de sus estratos, cada uno más violento que el anterior67. Incluso Jaffa, un asentamiento costero, donde se constata una temprana y longeva presencia egipcia, cuenta con evidencias de destrucción y reconstrucción en cada uno de los siglos del Bronce Tardío, situación que Burke y colegas asocian con la permanente resistencia armada por parte de los cananeos68.
Quizás debido a estos conflictos a partir del reinado de Ramsés II comenzó a intensificarse el dominio egipcio, principalmente en la costa sur del Levante y el piedemonte contiguo donde, como plantea Bunimovitz, se instalaron funcionarios procedentes del Nilo y/o los líderes locales reforzaron su emulación de las pautas culturales del Reino Nuevo69. Esta egipcianización, que muchos han leído en términos de colonización, quizás respondió a los esfuerzos por asegurar el circuito de tributación, el cual como vimos estaba en permanente amenaza. Obsérvese que esta presencia coincide con la destrucción de Hazor, cuyo abandono seguramente resonó en la escena política de la época. Cuencos de ofrendas con inscripciones en hierático hallados en Tel Sera’ y Lachish serían indicio de entregas de grano que quizás se enviaban al templo de Amón en Gaza70. Afek, donde para esta misma época se construyó una residencia para un gobernante egipcio71, muestra indicios, como dijimos, de albergar una escuela o un archivo de documentos cuneiformes, lo que, junto a lo anterior, nos lleva a pensar que se había logrado un control más efectivo sobre las poblaciones rurales. Incluso, en contra de la tendencia general, tanto en la costa sur como en el piedemonte contiguo comenzó a aumentar de manera significativa la cantidad de asentamientos y, si bien la presencia egipcia cesó aproximadamente para 1150 a. e. c., el sistema de asentamiento continuó, siendo la zona más urbanizada durante la Edad de Hierro I72.
Según la información que podemos deducir de documentos escritos en otros reinos de la época, los militares solían contar con dependientes personales, los cuales les eran asignados en función de sus servicios al rey73. Ahora bien, el uso recurrente de la fuerza parece indicar que estos militares debían asegurarse por sí mismos que dichos dependientes respondieran a su autoridad. De ser así, es probable que esto implicara un incremento de la violencia, lo que pudo haber recrudecido aún más los conflictos, situación que muchos investigadores plantean habría terminado por socavar los cimientos del sistema, abriendo las puertas para la penetración de poblaciones foráneas, las cuales terminarían provocando la caída abrupta de las ciudades y sus palacios74.
En síntesis, la existencia de sectores dedicados a labores especializadas y sus vínculos de larga distancia nos habla de la persistencia de la división del trabajo, mientras que la extracción y la centralización del excedente, gracias el probable uso de la fuerza y el trabajo de dependientes personales, son suficientes para caracterizar este escenario como un sistema urbano. La apariencia de desurbanización que, sin embargo, muestra el período se debería fundamentalmente al abandono de sitios menores, a diferencia de la tupida red de poblados y aldeas que rodeaban a las ciudades del Bronce Medio. Para el Bronce Tardío, en cambio, parece haberse establecido otra forma de urbanización, caracterizada por una fuerte contraposición entre ciudades y poblaciones rurales, las cuales habrían adoptado una forma de vida más móvil. Como veremos a continuación, en el período subsiguiente, cuando dejan de funcionar los palacios, los sectores rurales volvieron a asentarse, repoblando zonas que prácticamente no contaron con asentamientos durante el Bronce Tardío.
La Edad del Hierro I es una fase que se ubica aproximadamente entre 1200/1150 y 920/900 a. e. c., es decir, entre el colapso del sistema palacial del Bronce Tardío y la emergencia de nuevas entidades políticas, principalmente los reinos de Israel y de Judá. La parte final de esta fase, por lo tanto, correspondería a la época de la Monarquía Unida, cuya historicidad, como vimos, despierta arduos debates en la disciplina75. Antes de avanzar en dicha cuestión, conviene tener presente que algunos investigadores han criticado esta periodización, acusando de que en realidad la cultura material de comienzos del Hierro muestra más continuidades que rupturas, por lo que mejor sería hablar de una parte final del Bronce Tardío o bien de una fase transicional, como sugiere por ejemplo Greenberg76.
La razón original de la delimitación de este período había sido la presencia de una nueva cultura material en las tierras altas del Levante meridional, característica de las poblaciones proto-israelitas. Sin embargo, se demostró que todos sus supuestos indicadores, como las vasijas de cuencos carenados (collared rim storage jar) y las casas cuatro habitaciones (four-room houses), no eran exclusivas de las tierras altas ni tampoco eran una novedad de la Edad del Hierro, sino que contaban con paralelos en las tierras bajas e incluso con antecedentes en Egipto77. En un trabajo reciente, Ilan plantea que “la cultura material de la Edad del Hierro I es muy similar a la de la Edad del Bronce Tardío y en la práctica los pequeños repertorios fragmentarios de las tierras altas a veces son difíciles de atribuir a uno o a otro”78.
Otra novedad de la Edad del Hierro era el repentino poblamiento de estas tierras altas. Como dijimos en el apartado anterior, durante el Bronce Tardío había muy pocos asentamientos, pero en el período siguiente comenzaron a multiplicarse de manera notable, superando incluso la cantidad conocida para el Bronce Medio79. Este fenómeno fue común a ambas orillas del río Jordán, es decir, tanto en Cisjordania como en Transjordania. En la introducción de este trabajo comentamos que, desde una perspectiva tradicional, dicha situación se atribuía ya sea a una conquista o a una infiltración pacífica, pero las continuidades en la cultura material parecen indicar un proceso endógeno. Incluso, el poblamiento de las tierras altas habría comenzado un siglo antes del Hierro I, en torno a 1250 a. e. c.80, fecha aproximada en la que señalamos la caída de Hazor y el incremento de la presencia egipcia.
Estos asentamientos eran muy pequeños pues no superaban la media hectárea81. Consistían de unidades de vivienda con varias habitaciones y muchas de estas edificaciones compartían sus paredes, formando bloques que en ocasiones protegían un patio interno circular. No contaban con estructuras defensivas, tales como torres o murallas, ni tampoco con edificios comunes de uso público, como por ejemplo templos o santuarios. Su cultura material se nos presenta relativamente sencilla, con vasijas de un repertorio limitado, sin decorar y con una finalidad utilitaria. Su base económica parece haber consistido en el cultivo de cereales, la cría de ganado menor y de vacunos, y un desarrollo muy limitado de la horticultura. No contamos con suficientes talleres especializados que nos permitan sugerir una división espacial del trabajo, por lo que en general cada asentamiento habría dependido de sí mismo para proveerse de los bienes necesarios.
Una situación semejante, como dijimos, tenía lugar en Transjordania, aunque con la diferencia de que allí algunos agrupamientos de viviendas se fortificaron. Por ejemplo, en Wadi al-Majub, que desemboca en el río Jordán, se hallaron varios asentamientos compuestos por unidades que rodeaban un amplio patio interno, estando todo el complejo protegido por murallas, fosas y torres82.
Según estudios como el de Finkelstein, durante la Edad del Hierro I se iniciaría un nuevo proceso de urbanización, el cual hallaría su despliegue en el período siguiente83. Sin embargo, con base en la descripción de los asentamientos que presentamos en un párrafo anterior, nos preguntamos si acaso no sería más preciso hablar de ruralización, es decir, de la conformación de un sistema basado en aldeas relativamente iguales, sin vínculos sistémicos ni jerárquicos, por lo cual no podría denominarse urbanismo propiamente dicho. En efecto, la división del trabajo parece haber sido menor que la del Bronce Tardío, mientras que la producción de excedente, antes entregado a los sectores urbanos, ahora permanecería en el ámbito rural, sin existir entonces una gestión centralizada de los recursos.
Este poblamiento incluyó también la reocupación de ciudades que habían sido abandonadas, pero ahora sin mostrar indicios de urbanismo. Un ejemplo es Hazor, que volvió a ser habitada a partir de mediados del siglo xi a. e. c. La única parte ocupada, atribuida a los estratos XII-XI, parece haber sido lo que antes era la ciudad alta, donde se hallaron muy pocas estructuras con bases de paredes de piedra, lo que quizás servía como pie para ladrillos o postes de tiendas (Fig. 4)84. Pero su rasgo más característico es la gran cantidad de pozos, de 1 m de circunferencia cada uno aproximadamente, en los cuales se descartaron restos orgánicos y materiales, como vasijas rotas. Las únicas construcciones que destacan son unas estructuras de culto con piedras erguidas al aire libre, identificadas en dos áreas, A y B, pero que quizás formaban parte del mismo complejo.
Fig. 4. Hazor Área A, restos arqueológicos de la Edad del Hierro I
(adaptado de Ben-Ami, “Iron I Hazor”, Fig. 1).
Este tipo de instalaciones y el repertorio cerámico son similares a los de las tierras altas del Levante meridional, por lo que se asume que se trataba de las mismas poblaciones, los llamados israelitas o proto-israelitas. Más allá de la identidad de estos nuevos habitantes de Hazor, el conjunto de la evidencia apunta muy seguramente a que se trataba de un campamento temporario de una población que vivía principalmente en tiendas o en otro tipo de viviendas desmontables85.
Un poco más al sur, los sitios de Jezreel y del valle del Jordán también presentan una reocupación, aunque con ligeras diferencias. Por ejemplo, el estrato VIIA de Megido, atribuido al Hierro I, muestra una continuidad directa con el Bronce Tardío y todavía mantenía vínculos comerciales de larga distancia, como indican algunos tesoros de bronce86. Aparentemente, su final habría sucedido de forma abrupta, tras lo cual el asentamiento se ocupó con pequeñas unidades de vivienda, incluso donde antes había habido palacios, razón por la cual se considera que Megido habría dejado de ser una ciudad para pasar a convertirse en una aldea (Fig. 5). Los dos estratos que completan el Hierro I, denominados VIB y VIA, presentan características semejantes, aunque en el segundo se debate si se reutilizó un viejo templo y si se construyó un pequeño palacio87. Si bien hay autores que sostienen que estas evidencias reflejarían la ocupación de israelitas o de proto-israelitas88, lo cierto es que la cultura material no presenta diferencias significativas, por lo que los habitantes debían conservar todavía fuertes vínculos con las poblaciones precedentes89.
Fig. 5. Plano de Megido, estrato VIA, indicando las distintas áreas de excavación
y los diferentes barrios sugeridos, basado en la distribución de cerámica
y de arquitectura (adaptado de Faust, Israel’s, Fig. 19.7).
A continuación, se sucede una serie de estratos cuya división y datación ha sido, y todavía es, objeto de intensos debates. La razón principal de las discrepancias se debe a la Monarquía Unida, pues de haber existido y su reinado haberse extendido hasta Megido, es esperable que tales fenómenos se vieran reflejados en el registro arqueológico del sitio. No obstante, hoy en día la mayoría de los investigadores coincide en que los estratos, en su momento atribuidos a Salomón, deben ser relacionados con Omrí y Ajab, con lo cual el Hierro I no finalizaría en torno a 1000 sino a 900 a. e. c. La época de la Monarquía Unida, de ser así, correspondería con el estrato VB, el cual claramente no es urbano, pues consistía en unidades residenciales dispersas y un único fuerte ubicado en el límite norte del sitio90. El estrato siguiente, el VA, ya correspondería al Hierro II, donde es posible advertir algunas estructuras de mayor tamaño, quizás con una función pública, aunque la mayor parte de la evidencia está compuesta por pequeñas unidades residenciales mientras que el sitio sigue careciendo de murallas91.
Como vemos, parte importante de los debates sobre el Hierro I consisten en identificar la identidad de los habitantes del nuevo sistema de asentamiento. Si bien, existen evidencias de continuidad cultural, vario expertos sostienen que el repertorio de las tierras altas define un grupo que ya podría ser considerado como israelita o proto-israelita92. Los elementos de su repertorio, como dijimos, no eran nuevos ni tampoco se restringían a esa zona. No obstante, autores como Faust siguen sosteniendo que, a pesar de este origen múltiple, todavía puede hablarse de un conjunto bien definido en tiempo y espacio, aunque con fronteras porosas93. Evidentemente, ninguna cultura surge de la nada, sino que se basa en la recombinación y resignificación de rasgos anteriores, lo que implica por fuerza la emergencia de novedades. Desde nuestro punto de vista, la cultura material de las tierras altas no sería el reflejo directo de una identidad, sino de una forma de vida y de organización social, contexto que será considerado luego como la base de lo que se llamará Israel. Conviene recordar que las memorias que remiten a esta época resaltan justamente la coexistencia de distintas costumbres94, particularmente religiosas, las cuales perduraron después en la época monárquica, tanto entre el pueblo llano como entre los reyes. A lo sumo, podemos imaginar un proceso paulatino de diferenciación identitaria en el Levante meridional, proceso que recién se vuelve más claro con la presencia de los grandes imperios y el traslado forzoso de poblaciones. Quizás fue ese mismo movimiento y diversidad lo que generó nuevas fronteras, diferenciando a poblaciones que muy posiblemente antes no se veían como extrañas.
Un primer contraste claro habría sido entre las tierras altas y la costa sur del Levante, donde estaban asentados los filisteos. Si bien desde un primer momento se sabía que formaban parte de los Pueblos del Mar y, por esto mismo, se los consideraba como invasores que habrían conquistado la región antedicha, hoy en día se conoce que no se trataba de un grupo homogéneo, sino que estaba compuesto por poblaciones procedentes de distintas partes del Mediterráneo central y oriental, a la vez que se combinaron con elementos cananeos preexistentes95. No obstante, como plantea Maeir, quizás el principal contraste no era étnico sino su forma de organización social, ya que los filisteos se caracterizaban por una cultura más urbana, a diferencia de los habitantes de una Judea rural, tal como sugieren los testimonios babilonios, quienes, cuando se refieren a sus habitantes, diferencian a los filisteos a partir de sus ciudades, pero cuando nombran a los judaítas los nombran en conjunto, sin señalar su localidad de origen96.
Estas nociones bien pudieron tener su origen en el Hierro I. Tel Miqne-Ekron, por ejemplo, que en el Bronce Tardío tenía solo 4 ha, a partir de la presencia filistea aumenta su tamaño a 20 ha y pasa a estar fortificado y subdividido en áreas dedicadas al culto, la producción y la residencia, convirtiéndose entonces en un centro urbano97. Una situación semejante puede replicarse en toda la zona filistea, al punto que se ha caracterizado como de grandes ciudades con altos niveles de complejidad social y jerarquización socioeconómica, quizás conteniendo en su conjunto diez veces más de población que todas las tierras altas98. Cabe la pena resaltar que, entonces, la política de los filisteos, si bien aparecen figurados como enemigos de los palacios del Bronce Tardío, era claramente urbana, favoreciendo la construcción de grandes centros amurallados y estimulando la concentración poblacional.
En suma, mientras que la costa sur atravesaba un proceso de fuerte urbanización en el Hierro I, en continuidad con los patrones que se insinuaban a fines del Bronce Tardío, en las tierras altas se consolidó una forma de ocupación rural, la cual caracterizó incluso a lo que antes eran grandes ciudades palatinas, como Megido y sobre todo Hazor.
A partir de los siglos x-ix a. e. c.99 tuvo lugar un cambio significativo en el sistema de asentamiento, dando lugar a una mayor variedad de sitios interrelacionados de manera jerárquica en las distintas zonas del Levante meridional, por lo que podemos hablar de una reurbanización en toda la región. Quienes hablan de ciclos, como es el caso de Finkelstein, ponen el acento en el proceso local, siendo las nuevas ciudades y otros centros menores el resultado de una evolución gradual desde los asentamientos del Hierro I100. Otros, en cambio, prefieren considerar el peso del nuevo contexto internacional, donde las entidades locales habrían comenzado a estar, poco a poco, bajo la órbita del Imperio Asirio101. Desde este punto de vista, las modificaciones en el sistema de asentamiento reflejarían un cambio de estrategia para defenderse ante la nueva amenaza y/o una adaptación como periferia de un sistema-mundo cuyo núcleo estaba ubicado en la Alta Mesopotamia, hipótesis que se conjuga con aquella que habla de los reinos de Israel y de Judá como ejemplos de estados secundarios102.
Concentrándonos en las tierras altas del Levante meridional, se han identificado más de trescientos sitios, la mayoría de ellos reproduciendo varias de las características del período anterior. Por un lado, hay asentamientos que parecen haber consistido en una casa y estructuras adyacentes asociadas al cuidado de animales, lo que indicaría la prevalencia de campesinos independientes103. Un cambio con respecto al período anterior es el incremento en la cantidad de instalaciones dedicadas a la producción de vino y de aceite de oliva104. Por otro lado, hay agrupamientos que formaban aldeas, donde también era común la presencia de prensas de aceite, tanto dentro de los límites del asentamiento como fuera, estos últimos dedicados a una producción de mayor escala. Eitam ha analizado tres aldeas cercanas a Samaria, donde se encontraron espacios de trituración, extracción y almacenamiento para una gran cantidad de litros105. Desde su punto de vista, habría habido una industria rural administrada por la realeza, dedicada principalmente a la producción de aceite, de vino y de textiles.
Otras aldeas presentan evidencias semejantes, como Khirbet Jemein, donde Dar halló huesos de ovejas, morteros que indican el aprovechamiento de trigo y de cebada, prensas de aceite, piedras de oliva, que atestiguan el crecimiento de olivos y otros frutos, como la granada, y de legumbres, como arvejas, mientras que de la presencia de silos se deduce el almacenaje de los mismos106.
Una tesis inédita de Greenhut sintetiza de forma bastante plausible cómo habría estado organizada la producción de granos, su almacenamiento y distribución, analizando las grandes transformaciones con el excedente de las aldeas direccionado a la ciudad107. En su estudio analiza dos tipos de evidencias: la epigráfica, concentrándose en los términos que se usaban en relación con las actividades agrícolas y el calendario, y la arqueológica, dando cuenta de la existencia de graneros y de construcciones de almacenamiento estandarizados, lo que sugiere la existencia de una autoridad que los administraba empleando funcionarios con conocimientos del aireado y la conservación de granos.
Las ciudades del Hierro II no destacan por su tamaño pues, como señala Herzog, la mayoría ronda las 3-7 ha, aunque las capitales parecen haber llegado a medir entre 30 y 50 ha108. Los asentamientos urbanos se distinguen de las aldeas por estar fortificados, mostrar cierto planeamiento, contar con edificios administrativos, disponer de sistemas de abastecimiento de agua y ubicarse en lo alto de las serranías. Según Herzog es posible identificar una jerarquía de sitios urbanos, ubicando las capitales en el nivel superior, a determinados centros administrativos, como Megido, en un plano secundario (ver más abajo) y a otros centros menores, como el estrato II de Beer-sheba, de tan solo 1,1 ha, en un tercer nivel109.
Esta jerarquía de ciudades parece haber sido complementada con otro tipo de asentamientos, que consistían en torres y fortalezas. A día de hoy hay veinte sitios que han sido asociados a estas categorías, los cuales fueron ordenados en tres tipos: a) puntos panorámicos de observación, como por ejemplo Umm ej-Jurein, excavado por Zertal, que presenta una arquitectura compacta de dos habitaciones110; b) fuertes y torres en las rutas, como aquellos identificados alrededor de Samaria, donde se han localizado catorce sitios fortificados desde el norte hacia el este en las rutas que cruzan la región montañosa que unen Samaria con Jebel Abu Jazid111; c) torres circulares, que suelen tener un diámetro de entre 19-21 m y consisten en tres círculos concéntricos y una construcción rectangular asociada a la torre que pudo ser un muro de casamatas, hallándose sitios con estas características cerca del valle del Jordán, en Khirbet Shaq en el Wadi Malih, en Khirbet el-Mahruq en el Wadi Farah y en Rjum Abu Muheri, al sur de Sartaba112.
En torno a este sistema de asentamientos formado por caseríos, aldeas, ciudades, torres y fortalezas, se extendía una serie de sitios estacionales, seguramente de poblaciones pastoriles trashumantes. Se trata de corrales de piedra para contener ovejas, de forma ovalada y construidos con piedras largas113. La presencia de fragmentos de cerámicas en el interior de los corrales indica la posibilidad de que los pastores también vivieran en su interior y que pudieran haber sido utilizadas como resguardo temporal para grupos de caravaneros y de soldados114.
Ya hemos tenido ocasión de mencionar la evidencia de Megido, un sitio ubicado en el valle de Jezreel, el límite septentrional de las tierras altas de Cisjordania. Ahora bien, al comienzo de la Edad del Hierro II este asentamiento atravesó una fuerte reconfiguración, principalmente la construcción de caballerizas, de edificios administrativos y de estructuras de defensa, las cuales en un principio fueron, siguiendo el relato bíblico, asociadas a Salomón115. No obstante, los estratos en cuestión, VA-IVB, hoy en día se asocian a los reinados de Omrí y Ajab, es decir, un siglo después y a la misma época de la fundación de Samaria, lo que para investigadores como Finkelstein implica el establecimiento del reino de Israel como la primera entidad estatal de la región durante la Edad del Hierro116.
Estos estratos han sido objeto de una revisión por Franklin en 2006, concentrándose en el palacio 1723 (Fig. 6), que fue originalmente fechado para los principios del siglo x a. e. c., un patio con piso de cal que rodea todo el complejo palaciego, identificado como 1693, el cual cuenta con una muralla de piedra que lo rodea y posee una puerta identificada como 1567117.
Fig. 6. Plano del estrato IV de Megido. Estructura del Palacio 1723. Patio 1693.
Puerta 1567 y amurallado (cortesía del Instituto Oriental de la Universidad de Chicago).
En el palacio 1723 destacan las piedras de dos metros que se utilizaron para los cimientos fundacionales. La discusión entre los arqueólogos sobre si fue parcialmente desmantelado y enterrado por los constructores del estrato IV está abierta. Franklin y Zarzecki-Peleg sostienen que la pared de piedra que lo rodea fue construida posteriormente al palacio118. No obstante, Ussishkin sostiene que la construcción del palacio, el patio y la pared poseen la misma orientación y los materiales típicos de las construcciones monumentales de otros sitios, por lo que el error radica en la reutilización de parte del piso de cal del patio que se encontró sobre los restos del palacio119.
La ciudad del estrato IVB, con sus edificios con establos, almacenes y espacios libres sin una clara función determinada, están todos contenidos dentro de una muralla de casamatas, como en Samaria. Asimismo, al igual que en la capital, Megido registra incisiones en ladrillos, 52 en total, que fueron denominadas “marcas de albañil”120. Solo 19 fueron descubiertas in situ, todas ellas en las fundaciones del palacio 1723, mientras que los restantes fueron halladas en uso secundario en construcciones de los estratos IV, III y II. Es significativo que solamente Megido y Samaria contaran con este particular tipo de marcas, lo que nos lleva a suponer que quizás estaban relacionadas con cálculos de personal y de materiales en el momento de la construcción121.
Por último, el sistema de captación de agua construido en esta ciudad consistía en un pozo de unos 35 m de profundidad, hasta llegar al lecho de roca122. Desde allí se prolongaba un túnel horizontal, denominado Galería 629, de más de 60 m de longitud, lo bastante ancho y alto como para permitir el avance simultáneo de varias personas y que conducía hasta la fuente natural de una gruta situada en un extremo del tell. Cabe señalar que la entrada a la gruta desde el exterior estaba cerrada y camuflada.
El reino de Israel, que habría emprendido estas construcciones monumentales en Megido, también llegó a dominar Hazor, ciudad ubicada más al norte, en la región montañosa de Galilea. Como vimos, el sitio se compone de dos partes: un tell de 40 metros de altura que tiene una extensión de seis hectáreas y que es donde se ubicaba la llamada ciudad alta o acrópolis, ocupada durante la Edad del Hierro, y, hacia el norte del tell, una ciudad baja, con una extensión de 70 ha, pero que no volvió a ser ocupada tras ser abandonada en el Bronce Tardío.
La Hazor del siglo ix a. e. c. se reduce a una extensión acotada respecto de la anterior. Se identifica al período omrida en el estrato X (en otro tiempo considerada la Hazor salomónica). La extensión de la zona habitada se duplica con respecto al Hierro I, pero solo alcanza 2,5 ha. La ciudad alta es la que se ocupa y se fortifica, se construye un muro de casamatas y una puerta de seis cámaras; en usos secundarios se hallaron volutas de piedra. También se han identificado residencias domésticas del tipo cuatro habitaciones123.
Fig. 7. Plano de la ciudad de Hazor en el siglo ix a. e. c. Principales construcciones:
puerta y amurallado. Edificios tripartitos (1, 2, 3), casas estilo cuatro
habitaciones (16, 17, 18) (adaptado de Sandhaus, “Hazor”, Fig.70).
En un trabajo de 2019, Shochat y Gilboa volvieron a analizar el registro arqueológico de la ciudad y sus secuencias cronológicas. Su estudio concluye que habría habido una sucesión de tres ciudades: la del estrato X de los omridas, la del estrato IX, posiblemente destruida por Jazael de Damasco y reconstruida por él mismo en 835 a. e. c., y la del estrato VIII-VII, quizás destruida por los jehuítas y reconstruida por Jeroboam II. Evidentemente, su ubicación en una rica zona de frontera, frente a otros reinos de la época, la hacía sin duda blanco de ataques enemigos o de facciones rebeldes.
En el centro de la ciudad se ha identificado un edificio con pilares cuya forma guardaba cierto parecido con las caballerizas de Megido, pero que se halla dividido en tres largas naves por hileras de pilares de piedra que han sido interpretadas como parte de un almacén real. Un largo pozo vertical atravesaba los restos de ciudades anteriores hasta penetrar en la roca firme del subsuelo para proveer de agua a la ciudad, al igual que en Megido124. Yadin ya había fechado los sistemas de aprovisionamiento de agua de las dos ciudades en la época de los omridas y propuso relacionar la pericia de los israelitas para tallar sistemas de recogida de agua en la roca con un pasaje de la estela de Meša en el que el rey de Moab explicaba cómo excavó un depósito de agua en su propia capital con la ayuda de prisioneros de guerra de Israel.
En resumen, contamos con suficientes indicios como para plantear la existencia de un sistema que se basaba en una amplia división del trabajo y la gestión centralizada de los excedentes. La producción especializada de aceites y de otros bienes, así como los indicios de un excedente agrícola regular y los vínculos con las poblaciones pastoriles, nos permiten suponer un intenso intercambio, que se pudo haber dado a través de distintos mecanismos, lo que permitía la existencia de otras clases sociales que se dedicaran a actividades no productivas. Las evidencias epigráficas refuerzan estas suposiciones, pues en los óstraca hallados en Samaria abundan las inscripciones relativas a la administración de los recursos en un radio de 20 km desde la capital125. A su vez, las grandes obras de construcción y reconstrucción seguramente demandaron una gran cantidad de mano de obra, para lo cual era indispensable contar con alguna forma de administración que garantizara dicha fuerza de trabajo. Esta forma de urbanismo, a diferencia de la del Bronce Tardío, presentaba menos contraste entre el espacio urbano y el rural, contando con una tupida red de centros agrícolas y, por tanto, una amplia cantidad de campesinos, los cuales parecen haber aceptado las exigencias de las autoridades con menos resistencia, es decir, que habrían existido mayores símbolos y prácticas en común, lo que legitimaba las acciones de los líderes.
Esta misma caracterización podríamos aplicarla a la parte meridional de las tierras altas, donde terminó por configurarse el reino de Judá. No obstante, el desarrollo de este otro sistema parece haber sido más lento y seguido otro camino. Como advierte Faust, el Hierro IIA sigue casi el mismo patrón que el período anterior, pero a partir del IIB la ciudad de Jerusalén crece de manera notable, llegando a un total de 65 ha126. No obstante, el segundo sitio que le sigue en tamaño es Lachish, con apenas 7 ha, lo que sería indicio de un fuerte contraste entre la capital y el resto de los asentamientos, quizás debido a la mayor movilidad de sus poblaciones, volcadas en parte al pastoreo. Esta situación se modifica en el Hierro IIC, tras la caída de Samaria, cuando el reino de Judá se cubre de aldeas y poblados agrícolas, base de un sistema urbano ahora más parecido al del reino de Israel.
No podemos finalizar esta sección sin mencionar las polémicas en torno a Khirbet Qeiyafa, asentamiento ubicado 30 km al sudoeste de Jerusalén, presentado por los directores de excavaciones del sitio como una ciudad fortificada construida por el rey David127. El asentamiento cuenta con 2,5 ha, está rodeado por una muralla y cuenta con dos puertas de acceso. Su datación corresponde al Hierro IIA, lo que entonces, según los directores, no solo coincidiría con el reinado de David, sino que demostraría, por extensión, la existencia de la Monarquía Unida128. Sin adentrarnos aquí en esta debatida cuestión, podemos decir que, desde un enfoque preocupado por el urbanismo, se trataría de un asentamiento que comienza a fortificarse a principios del Hierro II, mostrando las mismas tendencias comunes a todas las tierras altas, pero que sería un caso temprano y aislado, como demuestra su rápida destrucción, con escasos paralelos en la zona meridional.
Este breve recorrido por la evidencia arqueológica del Levante meridional, desde la Edad del Bronce Tardío hasta la Edad del Hierro II, complementado con el registro epigráfico, nos permite obtener un panorama general del urbanismo en esta región durante dicho período. La relación entre distintos tipos de asentamiento y la forma en cómo se establecieron sus vínculos representan un insumo valioso a la hora de plantear ideas sobre la estructuración social y los cambios en el tiempo.
La ciudad, desde una perspectiva regional, es solo una parte de un sistema urbano, el cual se completa con asentamientos urbanos de distinta categoría, poblados rurales y aldeas, sumado a caseríos y tiendas de pastores, más fortalezas y otro tipo de estructuras defensivas. Al considerar entonces a la ciudad desde su contexto urbano, se advierte que sus características responderán a dicho sistema, lo que disminuye las posibilidades de comparar sitios de distintas regiones y períodos, a no ser que se considere también como parámetro los vínculos que establecen a las mismas. Para lograr esta aproximación no solo es necesario excavar sitios arqueológicos, para conocer sus estructuras y artefactos, sino también obtener una visión regional, lo cual se logra gracias a distintas herramientas y métodos, como la fotografía, la georreferencia, el GPR y el LiDAR, entre otros. Varios de los estudios mencionados en este trabajo han hecho uso de estas metodologías, pero es seguro que su aplicación se profundizará en el futuro, lo que permitirá generar nuevos datos, así como revisar la información ya conocida, por lo que nuestra visión sobre el urbanismo seguramente deberá ser precisada o modificada.
Por el momento, podemos considerar que el sistema de asentamientos durante el Bronce Tardío, a pesar de una apariencia de desurbanización, todavía conservaba varios de los rasgos definitorios del urbanismo, consistiendo en un fuerte contraste entre centros palaciales cosmopolitas y pequeños asentamientos agrícolas habitados por poblaciones con un alto grado de movilidad. Incluso en los centros urbanos es posible advertir mayor segregación, entre una ciudad alta donde residía una pequeña elite y otra parte baja más orientada hacia el espacio rural. Antes del final del Bronce Tardío comienza a verificarse un aumento en la cantidad de asentamientos agrícolas en las tierras altas, tendencia que se consolida en el Hierro I, mientras que en la costa sur y el piedemonte contiguo, también antes del final de la Edad del Bronce surgen varias ciudades, primero bajo dominio egipcio y luego, ya en la Edad del Hierro, bajo la impronta filistea. Sin embargo, la mayor parte del Levante meridional presenta un panorama rural, sin marcadas diferencias entre los distintos asentamientos. Recién a partir del Hierro II puede volver a hablarse de una reurbanización a nivel regional, primero en las tierras altas septentrionales, en torno de la capital Samaria y otros centros importantes, como Megido, y segundo en las tierras altas meridionales, contando con un centro destacado, Jerusalén, al cual se suman otros en el Hierro IIC, ya tras la caída del reino de Israel.
En conclusión, esperamos realizar un aporte que sirva para el investigador interesado en temas de Israel antiguo, tanto desde la historia como la arqueología, presentando a su vez las dificultades que enfrenta ante una vasta producción especializada. Promovemos la reflexión sobre las líneas de investigación que se llevan adelante, para generar un debate transdisciplinar que enriquezca no solo los saberes, sino también nuestras propias visiones de la reconstrucción del pasado. Es con este fin que nos propusimos revisar las distintas teorías sobre los procesos de urbanización y de ruralización en el Bronce-Hierro. Por último, no queremos dejar de ponderar de manera crítica el trabajo arqueológico en la región, considerando las estrategias destinadas a trabajar en sitios urbanos en desmedro de los rurales, así como también concentrarse en determinados estratos en lugar de otros, problemas que, sin embargo, creemos que están siendo superados gracias a la aplicación de nuevos métodos y teorías129.
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[recibido: 30/01/23 – aceptado: 04/03/23]
1 Albright, “Israelite Conquest”.
2 Alt, “Landnahme Israeliten”, conocido en 1953, pero publicado de manera original en 1925.
3 Mendenhall, “Hebrew Conquest”.
4 Gottwald, Tribes.
5 Finkelstein, “Pots and People”.
6 Sin embargo, de manera reciente, bajo el influjo de la crítica minimalista en los estudios bíblicos, se ha puesto en duda que existiera una identidad israelita para este período, planteando que esta última era en realidad una proyección de redactores postexílicos que resignificaron su pasado imaginando un único pueblo homogéneo, pero que, en realidad, habría estado compuesto de diversas poblaciones escasamente integradas (véase Lemche, Israelites, 129-132, 163-167). Desde este punto de vista, se sostiene que surgieron dos reinos durante la Edad del Hierro II, uno de Israel y otro de Judá, pero no así una Monarquía Unida, y que la identidad de sus habitantes no se diferenciaba de manera clara de la de sus vecinos, a lo sumo por el culto a una deidad conocida como Yahveh, sin que esto implicara todavía un monoteísmo. Sobre el proceso de jerarquización política, algunos ponen en duda que pueda hablarse de ciudades y de estados, prefiriendo hablar de jefaturas complejas y/o de pequeñas estructuras patrimoniales sujetas como clientes a los poderes imperiales de la época: asirios, egipcios y babilonios (véase Pfoh, “Articulación”). Sobre la formación de la identidad israelita, quizás el factor más determinante haya sido la contraposición frente a los edomitas, oposición exacerbada tras la destrucción de Jerusalén en 586 a. e. c. (véase Tebes, “Memories”).
7 Para un resumen de la historia de la arqueología bíblica, véase Cline, Biblical.
8 Para ponderar el aporte de la arqueología procesual, véase la obra editada por Levy, Archaeology.
9 Para un comentario sobre estos cambios, véase Silberman – Small, “Introduction”.
10 Para un resumen crítico de todo este contexto, véase Milevski – Gandulla – Jaruf, “Más allá”.
11 Childe, “Urban”.
12 Lull – Micó, Estado, 200.
13 Liverani, Babel, 154.
14 Esta contraposición entre redistribución y comercio retoma el debate secular entre primitivistas y modernistas, que en el caso de las ciudades se replica en la oposición entre ciudad consumidora y ciudad mercantil (véase Fox, Urban Anthropology).
15 Hirth, “Interregional Trade”; Silver, “Modern Ancients”.
16 Adams, Baghdad.
17 Johnson, Southwestern Iran.
18 Redman, Civilización, 278-279.
19 Cogwill, “Urbanism”, 527.
20 Jaruf, “Ciudades”, 14.
21 David – Thomas, Landscape.
22 Gaffney – Gater, Geophysics.
23 Renfrew – Bahn, Archaeology.
24 Clark, Seeing; Gaffney – Gater, Geophysics, con bibliografía.
25 Poidebard – Denise – Nordiguian, Aventure.
26 La ortofotografía es una de las principales herramientas para hacer un reconocimiento del paisaje y determinar las áreas a excavar. Una ortofoto se genera a partir de fotografías aéreas que han sido rectificadas para adaptarse a la forma del terreno, de tal forma que el punto de vista de la cámara no afecte a la posición real de los objetos. La fotogrametría consiste en obtener información tridimensional a partir de información bidimensional dada por las fotografías, permitiendo un alto grado de exactitud y eliminación de errores a la hora de tomar mediciones. Véase Gaffney – Gater, Geophysics.
27 Renfrew – Bahn, Archaeology, 91.
28 Finkelstein et al., “Khiriat-Jearim”.
29 Prins et al., “Digital”.
30 El GPR permite, por medio de una técnica electromagnética, detectar los cambios en el suelo y en el sedimento del terreno como así también la profundidad a que estos se hallan y permite generar mapas tridimensionales de los elementos arqueológicos que se encuentran enterrados bajo el sedimento. Véase Gaffney – Gater, Geophysics.
31 LiDAR es una tecnología que utiliza dispositivos aéreos –no drones, sino aviones, cuya posición se conoce con exactitud mediante el uso de un GPS diferencial– que portan un escáner láser que lanza rápidas emisiones en dirección al suelo. De este modo, es posible detectar estructuras arqueológicas ocultas para la lente aérea penetrando en el manto forestal y permitiendo crear modelos tridimensionales. Su aplicación también es apropiada en casos de terrenos complejos. Véase Gaffney – Gater, Geophysics.
32 Jol et al., “GPR Investigations”.
33 Greenfield – Wing – Maeir, “LiDAR Technology”.
34 Wiseman – El-Baz, “Remote Sensing”; Wheatley – Gillings, Spatial.
35 McCarthy, “Submarine”; Papatheodorou et al., “Remote Sensing”.
36 Shalev – Gilboa – Yasur-Landau, “Tel Dor”.
37 Pollard, New Developments.
38 Este tipo de estudios se ocupan de la caracterización de las rocas en cuanto a su aspecto descriptivo, la composición mineralógica y su estructura, especialmente a escala microscópica. Los estudios de análisis de cortes de lámina delgada son fundamentales para conocer la tecnología del proceso de fabricación de la cerámica, las características físicas del producto cocido y su procedencia en los contextos arqueológicos. Asimismo, permite el estudio cualitativo y semicuantitativo de las inclusiones de la composición de la pasta. Véase Orton – Hughes – Hughes, Pottery.
39 Lambert, Chemistry.
40 Es la ciencia que estudia las características microestructurales o constitutivas de un metal o una aleación relacionándolas con las propiedades físicas, químicas y mecánicas. La procedencia de los materiales puede ser de la minería, hornos de reducción y fundición, procesos de moldes, procesos de forja en frío o en caliente y de procesos de acabado (decoración, pátinas, cementación, etc.). Véase Scott – Schwab, Metallography.
41 Scott – Schwab, Metallography.
42 Cohen-Weinberger – Goren, “Tell el-Dab’a”.
43 Ashkenazi – Fantalkin, “Archaeometallurgical”.
44 Frahm – Doonam, “Portable XRF”.
45 Prins et al., “Digital”.
46 Daizo – Pucciarelli – Del Federico, “Rayos X”.
47 La cronología del final de la Edad del Bronce y el comienzo de la Edad del Hierro es un tema complejo y sometido a fuertes debates. Ante todo, es importante tener presente que la división en fases no respondió originalmente a criterios arqueológicos, sino que se basó en los reinados y dinastías egipcias, así como en reyes bíblicos cuya existencia en su momento se daba por cierta. Por ejemplo, la división interna del BT I se basa en las campañas asiáticas de Tutmosis III, ubicadas grosso modo a mediados del siglo xv a. e. c., mientras que el BT IIA se atribuye a la época de el-Amarna y el BT IIB a la época ramésida (véase Greenberg, Bronze Age, 274-275). Sin embargo, las dataciones por radiocarbono ofrecen fechados más bajos, lo que dificulta la correlación de estratos arqueológicos con datos históricos, mientras que el margen de error a veces es demasiado amplio como para tomarlo como criterio último de verificación (véase Boaretto et al., “Dating”). Por ejemplo, se plantean dos cronologías para el Hierro IIA, una alta, que correspondería con el siglo x a. e. c., y otra baja, ubicada en el siglo ix a. e. c. Los últimos fechados de radiocarbono indican que la transición entre el Hierro IB y el IIA se ubicaría en torno al 950 y el 790 a. e. c., por lo que el Hierro IA podría comenzar a mediados del siglo x a. e. c. o bien un siglo y medio después. Como estos datos se aproximan a la cronología baja, hemos optado por reproducir estos fechados, como hace Ilan en un trabajo reciente, publicado en 2019 (Ilan, “Conquest”, 284-288). Por supuesto, todo lo anterior repercute en la datación del Hierro I, cuya duración y división interna no se puede establecer con certeza, razón por la cual preferimos acompañar su fechado interno con un signo de interrogación.
48 Greenberg, Bronze Age, 283.
49 Kempinski, Megiddo, 157-168.
50 Bonfil – Zarzecki-Peleg, “Palace”.
51 Zuckerman, “Destruction”.
52 Greenberg, Bronze Age, 282-283.
53 Si bien la fecha final se suele redondear en 1200 a. e. c., algunos prefieren ser más precisos y datarla al final del reinado de Ramsés III, que habría tenido lugar en torno al 1155/1150 a. e. c. Véase Greenberg, Bronze Age, 341-343.
54 EA (El-Amarna) 148: 13-17. Para una traducción actualizada de las cartas de el-Amarna, véase Rainey, El-Amarna.
55 Los modelos de hígados eran un insumo básico para poder aprender la compleja técnica de la extispicina, una forma de adivinación íntimamente vinculada al poder político en el Cercano Oriente antiguo. Se consideraba eruditos, estudiosos también de anatomía y por tanto con conocimientos básicos de medicina a quienes contaban con esta capacidad. Sobre el origen de la extispicina y su estudio durante el período paleobabilónico, véase Richardson, “Liver Divination”.
56 Cohen, “Cuneiform”.
57 Ib., en la nota 20, plantea que es posible hallar autorreferencias de forma oblicua en algunas cartas de el-Amarna, como por ejemplo en EA 286, la cual termina haciendo referencia al escriba del faraón (líneas 61-64).
58 Liverani, Relaciones, 205-209.
59 Miron, Kamid el-Loz.
60 Beck, “Issues Art”; Connor et al., “Egyptian”.
61 Feldman, “Treasures”.
62 Greenberg, Bronze Age, 301.
63 EA 68: 13-18.
64 EA 69: 12-18.
65 EA 77: 35-37.
66 EA 78: 10-13.
67 Panitz-Cohen – Mazar, Timnah.
68 Burke et al., “Jaffa”.
69 Bunimovitz, “Canaan”.
70 Ib., 268.
71 Na’aman – Goren, “Inscriptions”.
72 Greenberg, Bronze Age, 283, 343.
73 Reviv, “Maryannu”.
74 Liverani, Ancient, 271-289.
75 Existen varios desacuerdos tanto en la forma de subdividir las distintas fases de la Edad del Hierro como su fechado. Por un lado, si bien la fecha tradicional para su inicio es 1200 a. e. c., parte de los investigadores lo datan en 1150 a. e. c. (ver nota 53). Sobre su final, algunos lo concluyen en el 1000 a. e. c., fecha aproximada en la que habría surgido la Monarquía Unida, pero otros prefieren cerrarlo un siglo después, en torno al 900 a. e. c. (ver nota 47). A pesar de esta discrepancia, los estudios de carbono 14 indican que una fecha promedio debería situarse en el 920/900 a. e. c. (véase Boaretto, E. et al., “Dating”).
76 Greenberg, Bronze Age, 275, 341-347.
77 Moeller, “House”; Wengrow, “Egyptian”.
78 Ilan, “Conquest”, 284.
79 Finkelstein, “Ethnicity”.
80 Ilan, “Conquest”.
81 Finkelstein, Forgotten, 22-27.
82 Porter, “Iron Age Jordan”, 327.
83 Finkelstein, “Emergence Israel”.
84 Para un resumen de Hazor durante el Hierro I, véase Ben-Ami, “Iron I Hazor”.
85 Ben-Ami, “Hazor Beggining”, 103-104.
86 Finkelstein – Ussishkin – Halpern, “Conclusions”.
87 Herzog, Urban Planning, 201.
88 Kempinski, Megiddo, 78.
89 Mazar, “From 1200”.
90 Yadin, “Megiddo”.
91 Herzog, Urban Planning, 212.
92 Faust, “Israelite Identity”.
93 Faust, “All-Israelite”.
94 Volvemos a remitir a las memorias contenidas en el libro de Jueces, pero se podría aplicar a cualquier libro de los llamados “históricos”.
95 Maeir, “Philistines”. Según Hitchcock – Maeir, “New Insights”, es altamente probable que la cultura filistea haya tenido raíces piratas, lo que explicaría, por un lado, su origen múltiple y diverso, y, por otro, que hayan sido considerados como bandidos desestabilizadores.
96 Maeir, “Identities”, 155.
97 Dothan, “Social Distortion”, 97-98; Dothan, “Initial Settlement”, 151-152. Para el informe de las campañas de excavación, Meehl – Dothan – Gitin, Tel Miqne.
98 Finkelstein, “Countryside”.
99 Ver notas 47 y 75.
100 Finkelstein, “Emergence Israel”, 175-177.
101 Knauf, “Omride”.
102 Joffe, “Secondary States”.
103 Faust, “Family Structure”, 233-234.
104 Eitam, “Olive Oil”.
105 Eitam, “Royal Industry”, 56.
106 Dar, Samaria.
107 Greenhut, Production.
108 Herzog, Archaeology; Faust, Israel’s, 111-134.
109 Herzog, “Cities”, 1037-1042.
110 Zertal, “Corridor”.
111 Na’aman, “Royal”, 145.
112 Zertal, “Corridor”.
113 Ib.
114 Faust – Lev-Tov, “Constitution”, 31-32.
115 Yadin, “Megiddo”.
116 Finkelstein, Forgotten.
117 Franklin, “Revealing”.
118 Franklin, “Revealing”, 105; Zarzecki-Peleg, “Stratigraphy”, 151-152.
119 Ussishkin, “Archaeology”, 127-129.
120 Schumacher, Tell El-Mutesellim; Franklin, “Masons”, 108.
121 Magneres, Omrí, 136, 158.
122 Franklin, “Relative”, 515-520.
123 Ben Tor – Ben Ami, “Hazor Archaeology”.
124 Yadin, “Megiddo”.
125 Niemann, “New look”.
126 Faust, “Judah”.
127 Garfinkel – Kreimerman – Zilberg, Debating.
128 Para una visión crítica sobre estas afirmaciones, véase Finkelstein – Fantalkin, “Khirbet Qeiyafa”.
129 Este artículo es una síntesis de dos conferencias y un curso realizados en la Associação Brasileira de Pesquisa Bíblica (ABIB), São Paulo, Brasil. Las dos conferencias fueron dictadas de manera remota el 14 de junio de 2021; una estuvo a cargo de Magdalena Magneres, “Evidencias bíblicas y arqueológicas sobre la dinastía de Omrí ¿Una ruptura con el pasado hebreo?”, y la otra fue ofrecida por Pablo Jaruf y M. Belén Daizo, “Arqueología de Israel y de Judá ¿Una historia repetida? Ciclos de urbanización y vínculos interregionales”. El curso, “De Canaán a Israel: lo urbano y lo rural entre la Edad del Bronze y la Edad del Hierro”, fue dictado de manera presencial el 25 de agosto de 2022 como parte del IX Congresso Internacional de Pesquisa Bíblica “História de Israel: arqueologia e bíblia”. Por esta razón, queremos agradecer a Antonio Carlos Frizzo, Fabrizio Zandonadi Catenassi y Lília Dias Marianno, presidente, segundo secretario y miembro de ABIB respectivamente, y de manera muy especial a Telmo Figueiredo, quien fue el primero en contactarnos para participar de tales eventos. Agradecemos a los asistentes y sus preguntas, lo que nos permitió terminar de dar forma a este artículo. Asimismo, quisiéramos destacar la invitación de Jorge Blunda, por animarnos a enviar este trabajo a Revista Bíblica. Por último, agradecemos profundamente a Sidney Barbosa y el resto de los estudiantes de la Congregação Espiritana, quienes nos ofrecieron su cálida hospitalidad entre el 23 y el 26 de agosto de 2022 en su sede de São Paulo.