B. U. Schipper, Breve historia del Antiguo Israel (Biblioteca de estudios bíblicos 164), Sígueme, Salamanca 2021, 158 pp., ISBN 978-84-301-2082-6.

El libro es una muy buena traducción del original alemán titulado Geschichte Israels in der Antike, publicado en 2018 por la editorial C. H. Beck. Su título castellano agrega el calificativo “breve”, que describe adecuadamente el carácter del estudio. El A. es historiador, biblista y egiptólogo, con amplia formación en arqueología, todo lo cual contribuye al tratamiento preciso de las múltiples fuentes involucradas en la redacción de una historia como esta.

La introducción da cuenta del perfil de la obra, que parece destinada a quienes desean actualizarse en la historiografía de Israel y necesitan orientarse “a través de la maleza de los hallazgos arqueológicos” (9-10) actuales. Esta Historia se encuentra delimitada cronológicamente entre la estela de Merneptah (1208 a.C.) y la llegada de los romanos en el 63 a.C. (15). En estas páginas introductorias se encuentran también algunos criterios de evaluación de las fuentes (bíblicas y extrabíblicas) disponibles para la elaboración de una historia en este período.

El primer capítulo (17-41) se centra en los orígenes, entre la mencionada estela de Merneptah y la lista palestina del faraón Sheshonq I (926/925 a.C.). Analizando los datos que ofrecen las excavaciones arqueológicas en el Levante, el A. concluye que en sus orígenes Israel no es un grupo social que ingresó desde fuera, sino que surgió en la misma “tierra”, a partir de grupos de distinta proveniencia (26). El éxodo de Egipto, por su parte, habría sido protagonizado por prisioneros que el mismo Merneptah habría llevado a Egipto en su campaña (28-29). En cuanto al surgimiento de la monarquía, lo explica a partir del crecimiento de la cultura urbana en la llanura costera en los siglos x y ix a.C., producido gracias a los asentamientos de los llamados “pueblos del mar”. Aceptando como válida la referencia de la inscripción de Tel Dan, se admite la existencia de una dinastía davídica en el siglo x a.C., aunque las dimensiones de su dominio serían mucho más modestas de lo que sugieren los relatos bíblicos y habrían estado restringidas a Jerusalén y sus alrededores. El A. hace notar, al respecto, que la inscripción habla de “casa de David” y no de “casa de Judá”. Aceptada la nueva cronología que no atribuye las edificaciones monumentales de Meguido, Jasor y Guézer a Salomón, se supone que el reinado histórico del hijo de David no abarcaría mucho más que el de su padre.

El cap. 2 (43-66) presenta los reinos de Israel y Judá hasta la conquista de Samaría (722/720 a.C.). En consonancia con la actual comprensión histórica dominante, Schipper afirma que nunca hubo una verdadera “división” del reino como pretende 1 Re 12, ya que ni David ni Salomón controlaron nunca el norte. Los orígenes del reino de Israel en el norte se remontarían a la época de la expansión omrida en torno a 880 a.C. (46), y la gravitación política que llegó a tener en tiempos de Jeroboán II (787-747 a.C.) sería la que el AT asocia con el reinado de Salomón. Se asume la idea de que, durante más de un siglo (869-741 a.C.), el reino del sur habría estado en relación de vasallaje respecto del reino del norte. La expansión comercial del sur habría estado fuertemente ligada al crecimiento y expansión del reino de Israel y de los arameos (54). Recién a mediados del siglo viii Judá habría crecido lo suficiente como para lograr ser un verdadero “reino” a la altura de Israel, probablemente a partir de Ajaz o incluso de Jotán (756-741 a.C.) (59). El sitio y la posterior caída de Samaría habrían producido un desplazamiento de escribas hacia el sur, quienes habrían llevado consigo las tradiciones del norte. En cuanto a la vida campesina, no tuvo mayores cambios, ya que se siguieron pagando los mismos impuestos, aunque ahora directamente a Asiria (64). En definitiva, en cuanto a la etapa de los dos reinos, “de las fuentes extrabíblicas resulta una imagen diametralmente opuesta a la presentación bíblica” (64), ya que la historia del reino del sur acababa de comenzar para cuando el reino del norte desaparece.

El tercer capítulo (67-86) abarca el resto de la historia de Judá hasta la conquista de Jerusalén (587/586 a.C.). Aquí las fuentes extrabíblicas son numerosas, por lo que se puede reconstruir bastante bien lo ocurrido, incluidas las diferencias respecto de lo que presentan los textos bíblicos. Aquí quien esté familiarizado con la historia que narran los textos bíblicos se sorprenderá de ver, por ejemplo, que ni Ezequías ni Josías fueron tan grandiosos como aparecen allí y que en cambio Manasés fue el mejor rey que tuvo Judá, tanto en lo que se refiere a política exterior como en la promoción del crecimiento interno del reino. Ezequías y Josías, por su parte –y esta vez en consonancia con los relatos bíblicos–, fortalecieron el carácter de Jerusalén como centro de culto, mientras que Ramat Rahel tuvo un papel muy importante desde la época asiria como centro administrativo.

El capítulo cuarto (87-111) se ocupa de la época de la dominación persa (550-333 a.C.). Para este período, las fuentes extrabíblicas son fundamentales, y el A. las conoce y maneja con total solvencia. Aquí aguardan al lector nuevas sorpresas, por la presentación de una religión yahvista muy diversificada en sus formas de culto y de religiosidad, pero con fluida relación entre unos grupos y otros; la importancia del culto yahvista del santuario de Garizín y el crecimiento tardío del de Jerusalén (a partir del siglo iv a.C.); la aparición de los rasgos identitarios de la circuncisión, el sábado, la torá y el monoteísmo.

Por último, en el quinto capítulo (113-141) se resume la época helenística (333-63 a.C.), aunque contiene también una visión panorámica de la época romana hasta la destrucción del templo (70 d.C.). En esta parte probablemente se encuentre el lector iniciado con menor grado de novedad, aunque la mirada a la diversidad dentro del yahvismo continúa y sigue siendo llamativa. También resulta ilustrativa la mirada a la evolución de Jerusalén como ciudad, con su relativamente poca importancia hasta que el cargo de sumo sacerdote se convirtiera en hereditario y se financiara el templo con un tributo especial, todo esto durante el dominio de los tolomeos (139).

Cada capítulo concluye con una síntesis que recoge los aspectos más llamativos de lo desarrollado en él, algo que se agradece, dada la cantidad de información que se maneja en pocas páginas. El libro incluye además una útil bibliografía complementaria, ordenada según los capítulos; una tabla cronológica para orientarse en la historia del Medio Oriente Antiguo; un esquema con las épocas arqueológicas correspondientes; índice de nombres y topónimos; mapas y un par de ilustraciones numismáticas.

Si bien el A. advierte varias veces acerca de distintas posibles interpretaciones de los datos ofrecidos por la arqueología, quizás se echaría de menos alguna mención de otras miradas menos minimalistas a la hora de hablar de los orígenes de Israel, por ej., o del período de David y Salomón. Son temas aun debatidos, y la presentación que ofrece puede dar la impresión de un consenso entre los especialistas que no es tan real. Quizás la opción por presentar una lectura se deba al espacio disponible, dado el carácter de la obra. Con todo, alguna advertencia al respecto no estaría de más.

¿A quién está destinada esta Breve historia? El A. no lo dice explícitamente y solo cabe deducirlo de la lectura. Arriba hablábamos de “actualización”, porque, si bien por momentos pareciera tener en mente estudiantes de teología o teólogos –a quienes les ofrece ciertas explicaciones básicas–, en general supone una familiaridad con la historiografía del Medio Oriente Antiguo que difícilmente tengan los lectores que no sean biblistas o especialistas en historia antigua. Para quienes cuentan con esos conocimientos específicos, el libro ofrece una cantidad enorme de información muy actualizada y manejada con gran competencia.

La edición española está muy cuidada y prolija. No faltan errores, mayormente de tipeo, pero difícilmente generen problemas en la lectura. Más allá de eso, se disfruta de una buena traducción y de mucha precisión en los datos, que de otra manera se prestarían fácilmente a confusión. Se trata, sin duda, de una obra sumamente útil y eficaz, que permite ponerse al día en un área de investigación en constante cambio.

Eleuterio R. Ruiz

Pontificia Universidad Católica Argentina

eleuteruiz@uca.edu.ar