Carmen Román Martínez
Universidad Loyola Andalucía. Facultad de Teología
https://orcid.org/0000-0002-0015-0792
Resumen: El presente artículo pretende acercarse a la figura de Juan Bautista, siguiendo la presentación que hace Mateo de su persona y su mensaje, para tratar de descubrir cómo puede aparecer este profeta escatológico entre las identidades con las que el pueblo se refiere a Jesús, y si realmente hay algo de Juan en persona de Jesús de Nazaret. Partiendo de la pregunta acerca de quién es el Hijo del hombre (Mt 16,13-14) intentaremos esbozar aquellos rasgos que nos ayuden a identificar elementos comunes en ambos personajes por los que fueron reconocidos en la sociedad de su tiempo.
Palabras clave: Juan Bautista. Profetismo. Predicación. Desierto. Estilo de vida.
Abstract: The present article aims to approach the figure of John the Baptist following Matthew’s presentation of his person and his message, to try to discover how this eschatological prophet can appear among the identities with which the people refer to Jesus and whether there really is something of John in the person of Jesus of Nazareth. Starting from the question about who the Son of Man is (Mt 16:13-14) we will try to outline those traits that help us to identify common elements in both characters for which they were recognized in the society of their time.
Keywords: John the Baptist. Prophetism. Preaching. Desert. Lifestyle.
La figura de Juan Bautista no ha pasado desapercibida para el mundo cristiano, ni en etapas anteriores, ni en la actualidad. Sin embargo, en los últimos tiempos ha vuelto a ponerse en cuestión no tanto la historicidad de este personaje cuanto su mensaje, su misión, su discipulado e incluso su relación con Jesús de Nazaret. De ahí, que este nuevo redescubrimiento de la figura de Juan Bautista adquiera un gran interés no solo en los orígenes del cristianismo, sino también en el hoy de la vida del creyente.
En el presente artículo vamos a tratar de acercarnos al Bautista, siguiendo la presentación que hace de este personaje el evangelio de Mateo, para intentar descubrir, desde el punto de vista de un judío, cómo aparece la figura del Bautista entre las identidades con las que la gente se refiere a Jesús, en la respuesta a la pregunta que el Maestro hace a sus discípulos acerca de lo que la gente piensa de él en Mt 16,13-14; y si realmente hay algo de Juan en la persona de Jesús de Nazaret.
Tajfel1 definía identidad social como “conocimiento individual de la propia pertenencia a ciertos grupos sociales junto con cierta importancia emocional y valorativa atribuida a sí mismo por su membresía grupal”. Los grupos sociales, ya sean grandes categorías demográficas o pequeños equipos orientados a tareas, brindan a sus miembros una identidad compartida que prescribe y evalúa quiénes son, qué deben creer y cómo deben comportarse. La identidad social se expresa a través del comportamiento normativo. Las normas mapean los contornos de los grupos y las identidades sociales, y se representan cognitivamente como prototipos grupales que describen y prescriben un comportamiento que define la identidad2. La identificación constituye el sentido de pertenencia a una colectividad, a un sector social, a un grupo específico de referencia. Esta colectividad puede estar por lo general localizada geográficamente, y presenta manifestaciones culturales que expresan con mayor intensidad que otras su sentido de identidad.
Ambos, Juan y Jesús, pertenecen a la misma colectividad, el pueblo judío en la primera mitad del siglo i, donde los valores, comportamientos y creencias están muy arraigadas a una determinada tradición. Es en esta tradición en la que ellos han nacido la que los sitúa en los márgenes de la sociedad como consecuencia de la novedad y transformación que intentan provocar en ella.
Conocemos que Juan fue la persona que individualmente tuvo una marcada influencia en el ministerio de Jesús. Los evangelios nos narran cómo Jesús antes de iniciar su ministerio público fue bautizado por Juan en un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, un acontecimiento embarazoso para los evangelistas que no pudieron dejar de narrar a su manera3. A pesar de las notables diferencias entre Juan y Jesús, algunos elementos fundamentales de la predicación y praxis de Juan calaron en su ministerio.
El Bautista fue un profeta judío independiente del siglo i que proclamaba un mensaje escatológico con rasgos apocalípticos. Juan tiene puntos en común con otras figuras penitenciales judías de su época y de la región del valle del Jordán, sobre todo con los miembros de la secta de Qumrán, aunque también presenta rasgos que lo distancia de ellos, así como de otras formas del judaísmo de primeros de siglo4. El Bautista, de procedencia sacerdotal, aparenta indiferencia por el futuro del Templo de Jerusalén y aparece despreocupado por la observancia de la Ley e incluso, por la aparición de un nuevo grupo numeroso de discípulos en torno a él y a su mensaje. Practicó un bautismo único unido a su propia persona, hasta el punto de que a este propósito recibió su segundo nombre. Juan produjo –según atestigua Flavio Josefo– un amplio y profundo impacto en los judíos de su época. Tanto es así que Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, creyó oportuno quitarlo de en medio antes de que su influencia sobre el pueblo pudiera llevarlos a una rebelión5.
Ya hemos afirmado en el punto anterior la actualidad de la figura del Bautista, cuyas preguntas acerca de su persona han tenido como punto de partida la búsqueda del Jesús histórico. Las propuestas iniciadas por Reimarus6, a finales del siglo xviii, abrieron una nueva etapa en los estudios críticos del Nuevo Testamento. A partir de ese momento, se publicaron, principalmente en Europa, numerosos trabajos de investigación sobre la vida de Jesús en los cuales necesariamente se aludía al ministerio del Bautista. La importancia que reveló su figura provocó que algunos comentaristas comenzaran a realizar estudios críticos enfocados exclusivamente en su persona y en su vida.
Durante el siglo xx se produjeron importantes trabajos que resaltaron la figura de Juan en el ministerio de Jesús y en la vida de la Iglesia naciente. Los estudios subrayaban que, tras la aparición de Juan en el desierto, este bautizaba y predicaba un mensaje de arrepentimiento, de carácter escatológico. El Mesías era para el Bautista un juez implacable que vendría con fuego a castigar a quienes no produjeran frutos. El encarcelamiento de Juan debilitó su movimiento, pero no sus ideas, que subsistieron y ganaron una fuerza en la nueva causa del Maestro de Nazaret. Jesús, con un nuevo mensaje sobre la venida del reino mesiánico, era la antítesis de Juan7. A esta presentación del Bautista se sumaron nuevas temáticas que se ampliaron a sus seguidores, a la vida de Juan dentro de los movimientos religiosos del judaísmo del siglo i, según los documentos descubiertos en el mar Muerto, y también ahondaron en el bautismo de Jesús y su relación con Juan. Otros autores, en cambio, lo presentan como un predicador profético y ascético de ascendencia sacerdotal que atrajo a muchos seguidores al desierto mediante su predicación y bautismo.
Al final de la década de 1980 y principios de la de 1990, los estudios sobre Juan Bautista experimentan un auge8, llegando podríamos decir a su madurez. En los últimos años del siglo xx, diferentes escritos sobre Juan aclaran y cuestionan algunos puntos relevantes sobre su figura y su mensaje en la historia y en su tiempo desde el punto de vista de cada uno de los evangelios.
Esto lo avalan una serie de estudios actuales, así como seminarios, conferencias y libros recientes sobre el protagonista de nuestro artículo9. Las notas comunes a todos ellos tienen que ver con el contenido escatológico de la predicación de Juan, el Bautismo de Jesús y la polémica entre sus seguidores y la comunidad de Jesús después de su resurrección10. Con respecto a la relación de Juan y Jesús, son más los que optan por entender los ministerios de ambos en continuidad, aunque con sus diferencias. En cuanto a los orígenes del Bautista, narrados por Lucas en el primer capítulo de su evangelio, los exégetas están lejos de conocer al Juan anterior a su aparición como profeta en el escenario histórico.
Juan Bautista ha sido una figura ampliamente estudiada desde el punto de vista histórico y teológico; sin embargo, su personalidad es lo suficiente enigmática y atractiva para seguir profundizando no solo en la tradición y su aceptación en la religiosidad popular, sino también en la reflexión de los estudios bíblicos.
El primer evangelio, a diferencia de Marcos, comienza su relato haciendo una presentación inicial de quién es Jesús de Nazaret, mostrando sus credenciales en la genealogía con la que inicia su narración. Mateo intenta sugerir desde el principio las líneas teológicas de su evangelio: Jesús es el Mesías de Israel, el Hijo de David, el Enmanuel. Podemos ver desde el preludio del evangelio (Mt 1,1–4,22) como la acción de Dios está presente en la historia de Jesús, cuya actuación nos presenta Mateo al hilo de su cristología11. El evangelista va a introducir a Jesús en su vida pública, presentando su vocación mesiánica vinculada al mensaje y bautismo de Juan12.
La versión de Mateo sobre la aparición de Juan Bautista en su evangelio, aunque tomada de Marcos, tiene también elementos de Q (Lc 3,1-33)13.
Por aquellos días se presenta Juan Bautista proclamando en el desierto de Judea “convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos”. Este es aquel de quien habla el profeta Isaías cuando dice: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas” (Mt 3,1-3). |
Conforme está escrito en Isaías el profeta: “Mira, envío mi mensajero delante de ti, el que ha de preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”, apareció Juan bautizando en el desierto, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados (Mc 1,2-4). |
Fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados. Cómo está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas; todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y las asperezas serán caminos llanos. Todos verán la salvación de Dios” (Lc 3,2b-6). |
Mateo en su narración modifica el orden del relato de Marcos y ofrece así una articulación convincente. La presentación de Juan que hace Mateo puede dividirse en tres escenas: a) la identidad de Juan (3,1-6), b) su mensaje (3,7-12), y c) el bautismo de Jesús (3,13-17).
1 Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: 2 “Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos”. 3 Este es aquel de quien habla el profeta Isaías cuando dice: “Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”. 4 Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. 5 Acudía entonces a él gente de Jerusalén, de toda Judea y de toda la región del Jordán, 6 y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados.
Mateo presenta la identidad y la actividad de Juan desarrollando la idea de la fidelidad de Dios y de la conversión para entrar en la dinámica del Reino de los cielos. El evangelista describe su aparición en una breve escena, iniciada con una fórmula indefinida de tinte semítico, “en aquellos días”. La indicación temporal sugiere también que Mateo no ve ninguna ruptura entre los relatos de la infancia y la aparición, una generación después, del Bautista, sino que enlaza ambas cosas14. Es la primera vez que aparece nuestro personaje predicando en el desierto de Judea. El verbo aparecer (paraginomai), utilizado por Mateo al comienzo de su evangelio para hablar de los magos cuando estos hacen su aparición (Mt 2,1), el evangelista lo utiliza también en la presentación de Juan (Mt 3,1), vinculando así a todos estos personajes, los magos y Juan, a los planes de Dios15.
Su presentación anticipa la del mismo Jesús que tendrá lugar más adelante en el v. 13; al igual que sus palabras acerca de la conversión y la llegada del Reino, que Jesús también proclamará en su propia presentación (Mt 4,17). El Reino es lo que centra y motiva la metanoia del pueblo de Israel, renunciando a vivir de espaldas a la alianza y centrados en valores individuales y egoístas que les cierran a la novedad y transformación que aparece con Jesús16. La conversión guarda relación, asimismo, con toda la tradición profética del Antiguo Testamento. Profetas como Amós y Oseas, Isaías y Jeremías exhortaban al pueblo a esa conversión radical al Dios que actúa en su historia y los salva de los poderes imperiales y religiosos. Juan aparece en el primer evangelio con los rasgos de un profeta escatológico que anuncia la inminencia del fin de la historia y por eso llama al pueblo de Israel a una conversión momentos antes del Juicio Final.
En este pasaje el narrador no da ninguna información acerca de los padres de Juan, el lugar y el día de su nacimiento, su formación y su vocación. Aquí solamente se indica el nombre propio y se añade “el Bautista” como un sobrenombre invariable. Él aparece predicando en el desierto de Judea. Por tanto, lo principal que Mateo nos dice de Juan es en relación con su palabra y su predicación17.
Juan predica en el desierto de Judea y puede tratarse de una zona situada al este de Jerusalén18. El desierto es un lugar apartado de la ubicación donde se sitúan las diferentes poblaciones y las ciudades, por lo que Juan actúa en los márgenes geográficos. Márgenes no impuestos, sino un lugar elegido donde es posible mirar y actuar desde una perspectiva de transformación y novedad19. El desierto se convierte así no en un lugar de aspereza sino de apertura radical al proyecto de Dios, lugar donde es posible imaginar nuevas identidades y relaciones que favorezcan ese Reino anunciado.
El origen de la misión profética de Juan y la autenticidad de su mensaje viene confirmado por la cita del profeta Isaías (Is 40,3), donde se subraya que Juan es la voz que clama en el desierto, que ya ha exhortado al arrepentimiento y a la conversión como medios para acoger los planes de Dios manifestados en la persona de Jesús, preparando el camino y enderezando sus senderos, para que se ponga de manifiesto cuál es la voluntad del Padre en su proyecto salvador para el ser humano.
Mateo toma de Marcos, sin modificación alguna, la descripción del alimento y el vestido del Bautista. La mención de la correa de cuero a la cintura es una alusión expresa a la indumentaria de Elías (2 Re 1,8), y una manera de relacionarlos a ambos20 (11,14; 17,12). El versículo muestra también a Juan, obviamente, como asceta, a diferencia de Jesús (11,18), y en este sentido es un personaje singular que, con su atuendo, critica el tipo de vida de aquellos que se consideran “puros”, ya sean miembros de Qumrán o del fariseísmo21. El alimento que toma, saltamontes y miel, es propio de las zonas desérticas y subraya la pobreza de quien aferrado a la misión vive despreocupado del vestir y del comer.
De la presentación, predicación y modo de vida de Juan, el relato pasa a justificar el sobrenombre dado ya en 3,1. La gente salía de Jerusalén, de toda Judea y de toda región del Jordán y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados22 (vv. 5-6). La predicación y la acción simbólica de Juan anticipan la participación en el Reino, donde a través de Jesús encontrarán la salvación y liberación definitiva23.
7 Pero viendo él venir muchos fariseos y saduceos al bautismo, les dijo: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? 8 Dad, pues, fruto digno de conversión, 9 y no creáis que basta con decir en vuestro interior: “Tenemos por padre a Abraham”; porque os digo que puede Dios de estas piedras dar hijos a Abraham. 10 Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado al fuego. 11 Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. 12 En su mano tiene el bieldo y va a limpiar su era: recogerá su trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga”.
Mateo, a diferencia de Marcos que no recoge la predicación de Juan, después de la presentación del Bautista nos narra el contenido de su mensaje centrado en el anuncio del Reino de Dios, semejante al de Jesús (Mt 3,2; 4,17). Su anuncio, tomado de Q (Lc 3,7-9), viene expresado a propósito de unos oyentes (fariseos y saduceos) representantes del poder político y religioso que difícilmente podrían ver al Bautista con buenos ojos. Más bien pudiéramos pensar que en lugar de venir a ser bautizados por Juan estaban expectantes en su vigilancia. Aun así, en el pasaje ellos no aparecen como condenados pues Juan les invita a convertirse y dar frutos24.
Los temas de la predicación del Bautista van en la línea de la soteriología judía: la proximidad del juicio de la ira de Dios y la llamada a la conversión. El concepto penitencial de Juan exige dar frutos de conversión, de ahí que la salvación está unida a ella y no solo a la procedencia de Abrahán25. Muchos fariseos y saduceos apelaban a su identidad genealógica, insistiendo en ser descendencia pura de los patriarcas. También en esta línea se situaba un tipo de judeocristianismo coetáneo a la redacción del evangelio de Mateo que insistía en que la salvación del pueblo venía dada por la pertenencia al pueblo elegido por Dios. Juan, se opone a esta actitud porque ser hijo de Abrahán no da la verdadera salvación, sino que esta depende de dar buen fruto, a nivel moral, social y universal, dónde los destinatarios no son solamente los judíos, sino todo hombre y mujer que se abre a realizar y dar los frutos de la conversión26.
El tiempo final ya ha llegado, el hacha está puesta en la raíz (v. 10). Esta imagen de juicio está tomada de los profetas, dónde se alude a la caída de las naciones poderosas de su tiempo (Is 10,33-34; Ez 31; Dn 4,9-27). Juan representa a ese profeta marginal que ve algo que los dirigentes religiosos de Israel son incapaces de percibir. Su bautismo y la conversión del pueblo está unido a la llegada del más fuerte (Mc 1,7-8; Lc 3,16-17; Jn 1,26-27.33), que para Juan parece ser Dios mismo, pero que más tarde los discípulos de Jesús lo identificarán con la persona del Maestro. Juan presenta el ministerio de Jesús como otro Bautismo de Espíritu, donde el don vivificante de Dios permite proclamar su justicia y vivir su voluntad (Mt 1,18-25); y de fuego, que refina y purifica.
El Juan que nos presenta Mateo entiende su misión como preparación para el ministerio de Jesús, quien ha de llevar a cabo el juicio. La situación de marginalidad en la que vive Juan y su misión forman parte de los planes de Dios. Se da una identificación de Juan con la misión más amplia y salvadora que llevará a cabo Jesús de Nazaret dentro de los planes y de la voluntad del Padre.
15 Jesús le respondió: “Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”.
Como hemos señalado, la predicación del Bautista causó una gran impresión entre los hombres y mujeres de su tiempo. No solo por su peculiar estilo de vida sino también por sus palabras que captaron la atención y la esperanza de un amplio sector de la sociedad judía, que salió al desierto para encontrarse y ser bautizados por esta figura que anunciaba con gran pasión la inminente llegada del juicio de Dios y de su mediador escatológico. La práctica de su ministerio, es decir, el bautismo, no era un rito aislado, sino que formaba parte de su predicación27.
Aunque el objeto de nuestro artículo no es el bautismo de Jesús, ni el significado del bautismo de Juan, este hecho supone el primer encuentro entre ambos del cual podemos deducir algunos puntos comunes entre ellos al inicio del ministerio de Jesús. Tanto el bautismo como el perdón de los pecados eran elementos importantes para la vida de la iglesia naciente. Las dos figuras, Juan y Jesús, y sus respectivas predicaciones se engarzan y así establecen la interacción entre los momentos fundamentales de la historia de la salvación: tanto el camino recorrido por el pueblo de Israel y recapitulado en el último de los profetas, Elías que ha regresado, como el cumplimiento llevado a cabo por Jesús de Nazaret, Mesías nacido de la descendencia de Abraham28.
Aunque ocasionalmente se planteen dudas sobre la autenticidad histórica del bautismo de Jesús por Juan, este hecho es uno de los más atestiguados y gozan de mayor credibilidad histórica29. La escena del Bautismo en Mateo es entendida como un lugar teológico privilegiado, el Mesías es reconocido y avalado por Dios Padre y, a partir de aquí, se inicia la misión de Jesús. En este relato nos encontramos a Juan tratando de impedir que este bautismo se lleve a cabo (Mt 3,14). El hecho es narrado a partir de un diálogo donde se muestra la superioridad del Mesías respecto a su precursor. Las palabras que salen de boca de Jesús son incluso más fuertes que el hecho mismo del bautismo que queda implícito: “déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia”. El imperativo “deja” (àphes) y el infinitivo “cumplir” (plerôsai) dan a la sentencia un carácter categórico, de modo que el juicio de Juan, expresado en un bautismo penitencial de agua, y el ministerio de Jesús, que culmina en el envío final de bautizar (Mt 28,16-20), se incluyen y completan. En la escena final del evangelio de Mateo, el envío de Jesús a los Once de haced discípulos y bautizar, él actúa con pleno poder salvador, vinculando el bautismo con su persona, junto al Padre y el Espíritu30.
El contenido de la “justicia” como objeto de la misión de Jesús no puede ser entendida aisladamente sino en relación con la voluntad del Padre, es decir, llevar a cabo su plan salvífico iniciado ya en la etapa anterior de la Ley y los profetas. Este cumplimiento ha de llevarse a término de manera procesual y dinámica de interacción entre la continuidad y la superación. En esta dinámica los acontecimientos van siendo tejidos de tal manera que lo nuevo no termina con lo antiguo, sino que antiguo y nuevo se conectan, hasta formar un tapiz completo dentro del plan salvífico de Dios, el cual se encamina a su consumación definitiva. La “justicia” preparada por el Bautista y cumplida por el Mesías, pone a Juan y a Jesús en una relación que supera sus propias simpatías para dejarse afectar por los planes de Dios en sus vidas.
Hecha la presentación de Juan por Mateo, abordaremos de manera más breve otros pasajes en los que también se hace alusión directa o indirectamente a la figura del Bautista, en los cuales el evangelista presenta otras características de su identidad.
– Mt 9,14 nos habla de la existencia de los discípulos de Juan en el texto dónde se aborda el tema del ayuno. La respuesta de Jesús a la cuestión habla de su presencia como signo de los tiempos nuevos mesiánicos y escatológicos. Por eso el ayuno de los discípulos del Bautista y de los fariseos para apresurar la venida del Reino no tiene sentido. El Reino que ya ha comenzado exige otro tipo de obras y un espíritu nuevo, con el que ayunarán después de la muerte de Jesús.
– En Mt 11,2-6, el evangelista nos presenta a un Juan Bautista desconcertado. La misión de Jesús en la línea del siervo de Yahvé no se asemeja al tipo de Mesías triunfal que tal vez espera y, desde la cárcel, envía a preguntarle si es “el que ha de venir”. Jesús le invita a juzgar sus obras a la luz de la Escritura, respondiendo que él es el Mesías porque realiza signos liberadores dirigidos especialmente a los pobres, que también son evangelizados. El proyecto de Jesús puede ser motivo de escándalo “Dichoso aquel que no halle escándalo en mí” (Mt 11,6), incluso para el Bautista. A propósito de esta respuesta, Mateo continúa con un testimonio de Jesús sobre Juan al que reconoce como un profeta al servicio del Reino de Dios. El Bautista ha sido el mayor de los profetas y su ministerio ha servido de preparación para el de Jesús; sin embargo, el menor en el Reino de los cielos es mayor que Juan. Identificado con Elías, no se juzga la grandeza o la pequeñez personal del Bautista, sino que el texto compara dos estadios diferentes de la revelación de Dios a los hombres31.
– Finalmente, la muerte del Bautista en Mt 14,2-12, presentada aquí a propósito de Herodes Antipas y su juicio sobre Jesús, confundiéndolo con Juan el Bautista, a quien había mandado matar. Juan aparece como un profeta fiel hasta la muerte, cuyo destino anuncia el de Jesús y resalta así la continuidad entre ambos32.
13 llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”. 14 Ellos dijeron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas”.
En este relato el evangelista nos presenta una etapa en el camino de la fe de la comunidad de los discípulos. Ante la primera pregunta que formulará Jesús a sus seguidores sobre lo que la gente dice acerca de Él, los personajes cuyas identidades le atribuyen responden a la línea profética aparecida en el Antiguo Testamento.
La escena se sitúa en la región de Cesarea de Filipo33, al norte de Israel, cerca de las fuentes del Jordán. En ese lugar en que se había dado culto a Pan, dios de los rebaños y pastores, Jesús va a hacer una pregunta acerca de su identidad. La multitud, que ha sido testigo de las enseñanzas y signos de Jesús, no perciben en realidad quién es el Hijo del hombre. Por ello, Jesús parece necesitar que sus discípulos al menos conozcan su identidad y las implicaciones que traerá consigo. De ahí la pregunta que el Señor hace a sus seguidores acerca de lo que piensa la gente sobre quién es el Hijo del hombre34.
Antes de llegar a su lugar de destino, Jesús ha comenzado su encuesta personal, quiere saber de boca de sus discípulos qué identidad le asigna la gente. El pueblo de Galilea no tiene un juicio claro y es incapaz de llegar a una confesión decidida. La opinión de la gente muestra la imposibilidad de acoger la novedad de Jesús y del Reino. Uno de los obstáculos que impedía al pueblo percibir la identidad del Hijo del hombre era la idea que el judaísmo tenía acerca del Mesías. Este vendría de forma espectacular e impondría con su fuerza y autoridad un orden justo, frente a las injusticias que sufría el pueblo a causa del Imperio romano.
Los discípulos van a ofrecer a la pregunta de Jesús cuatro respuestas acerca de su identidad propuestas por la gente, todas ellas en la línea profética. Unos dicen que es Juan el Bautista (cf. Herodes en 14,2); otros que Elías (identificado con Juan en 11,14;17,12-13) y otros que Jeremías (2,17; 27,9) o uno de los profetas. La primera respuesta acerca de la identidad de Jesús no refleja ninguna duda. La multitud lo identifica con Juan Bautista, tal vez, tanto por el mensaje que transmite, como por el estilo y forma de vida.
Al igual que Jesús, la identidad del mismo Juan se pone en relación con otros profetas como Elías, Jeremías y algunos que no se nombran, pero, si algo identifica a Juan y lo sitúa en los márgenes de la sociedad del siglo primero, son sin duda estos tres aspectos:1) el lugar geográfico (desierto), donde crece, vive y de donde viene. 2) su modo y estilo de vida ascético y 3) el mensaje que anuncia y para el cual ha sido elegido.
La figura de Juan en los evangelios se presenta con unos rasgos similares a la figura de Elías. La crítica del Bautista hacia Herodes Antipas, su dieta, la asociación de su ministerio con el territorio del Jordán y la orientación escatológica de su predicación son elementos en común con el profeta Elías35. Además, ambos pueden ser considerados profetas que tuvieron experiencias religiosas de cara a su Dios en el desierto (Lc 1,80; 1 Re 19,1-18).
El desierto se define como un lugar real que pertenece a la geografía histórica del pueblo de Israel. Se trata de un espacio inhóspito y peligroso, “una tierra arrancada” (Lv 16,22), es decir, separada radicalmente del mundo vital destinado al ser humano. En las tradiciones religiosas del pueblo bíblico, el desierto ha asumido también un valor simbólico. Evoca el largo camino de Israel hacia la Tierra Prometida y es símbolo de la experiencia histórica del exilio, junto a sus consecuencias: la pérdida de la tierra y de la identidad como pueblo. No obstante, el desierto es también el lugar en el cual se revela al hombre una verdad esencial. Precisamente es allí, donde no existen medios adecuados para subsistir, en medio de la pobreza y de la soledad, en la experiencia límite de los propios recursos, donde Dios se hace presente. Esta es la paradoja del desierto bíblico; en un lugar de muerte, Dios se revela y hace posible la vida36 (Dt 8,1-5; 1 Re 19,4-6; Os 2,6; Is 40,3; Jr 31,2).
Elías hace su aparición de improviso en 1 Re 17,1 y se presenta como un profeta solitario cuya actividad no se circunscribe a una localidad concreta. Su estilo es propio y característico, tal como se desprende de 2 Re 1,7-8: «Era un hombre con manto de pelo y con una faja de piel ceñida a su cintura». Su quehacer profético se caracteriza por el talante religioso frente a sus predecesores, que incidían más en el aspecto político. El sincretismo religioso del pueblo ocupará la actividad de Elías y de su discípulo Eliseo; su enfrentamiento será decidido ante todo aquello que suponga una desviación del culto auténtico a Dios, aquel que hunde sus raíces en la Alianza del Sinaí37. La presencia de Elías y Eliseo coincide históricamente con el encumbramiento de la casa de Omrí al reino de Israel (876-842). Los personajes monárquicos, como Ajab y Jezabel, dominan la escena política con todas sus consecuencias, incidiendo también en el aspecto religioso, con la adoración a Baal, cuestión que desencadena la reacción profética.
En el Reino del Norte, en la época del sincretismo, Elías propugna con fuerza los valores fundamentales de la fe en el Dios de la Alianza. Él forma parte de la larga cadena de israelitas que intentaron frenar la aceptación de las costumbres y de las ideas de los cananeos, motivo de la degeneración de la religión de Israel. Pero el profeta supo adaptar la fe de los antepasados a las nuevas exigencias de la situación histórica que le tocó vivir. No son los Baales los que conceden la lluvia y la fecundidad; no son ellos la causa de la sequía, sino que es Dios el que preside los ritos de la naturaleza. Por primera vez Elías anuncia que el Señor es el origen de aquellos bienes que los cananeos atribuían a las fuerzas divinizadas de la naturaleza38.
La tradición ha equiparado a Elías con Moisés, el gran legislador de Israel, que asentó la fe en Dios sobre bases nuevas, ofreciendo una nueva concepción más profunda y comprensiva de la naturaleza y de la acción divina. Después del destierro de Babilonia, Elías fue considerado como aquel que ha de volver a anunciar el juicio final, con la tarea de convertir al pueblo de Israel. En el Nuevo Testamento, en el episodio de la transfiguración, Elías se encuentra con Moisés al lado de Jesús39 (Mt 17,3ss; Mc 9,4-5; Lc 9,30-31) hablando de su destino final.
El Evangelio va a poner a Elías en relación con Juan Bautista. Al igual que el profeta del Antiguo Testamento, Juan se presenta como revestido del poder del tesbita (Lc 1,17), y los levitas llegan a preguntarle si es él el profeta Elías (Jn 1,20-21). Jesús afirma que antes del día del Señor hará su aparición Elías (Mc 9,11ss), que tendrá que sufrir mucho; más aún, que ya había venido y lo habían matado, identificando manifiestamente al profeta con Juan Bautista:
Os digo, sin embargo: “Elías vino ya, pero no le reconocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. Así también el Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos”. Entonces los discípulos comprendieron que se refería a Juan el Bautista (Mt 17,12-13).
El pueblo de Palestina pensaba también que Jesús era Elías, que había regresado (Mt 16,14; Mc 6,15; 8,28; Lc 9,8.19).
En relación con el Bautista, el tema del desierto está ligado a su formación profética y a su estilo de vida; aunque el ambiente geográfico y social del Nuevo Testamento no es el desierto. Para los mismos esenios de Qumrán, que tenían su comunidad en las áridas zonas cercanas al mar Muerto, el desierto no era el espacio ideal y definitivo ni representaba un fin en sí mismo, sino solamente un medio de purificación hacia los últimos tiempos40. Juan, que probablemente mantuvo algún contacto con Qumrán, no propone una mística del desierto. Él no invita a nadie a retirarse al desierto, sino que invita a cada uno a volver a su propio trabajo después de la confesión de los propios pecados y del rito del bautismo (Lc 3,10-14). Ni siquiera Jesús permanece en el desierto. Los evangelios son concordes al afirmar que Jesús, al inicio de su ministerio, abandona las regiones desérticas cercanas al Jordán y se dirige a Galilea (Mc 1,14; Mt 4,12; Lc 4,14). Su figura es la de un predicador itinerante que, la mayor parte del tiempo, desarrolla su ministerio en torno al Lago de Genesaret, generalmente rodeado de las multitudes, caminando por aldeas y pueblos (Mc 6,6b; Mt 9,35) e, incluso, realizando incursiones en territorio pagano (Mc 7,24.31).
Sin embargo, Juan predicó y bautizó en el área desértica de Perea y tuvo un número suficiente de seguidores y adeptos incluido el mismo Jesús41. A diferencia de otros movimientos sociales de naturaleza más beligerante, el de Juan fue más bien un movimiento moral. Los evangelios presentan a Juan como un profeta del desierto cuyo papel era preparar el camino para el Mesías. Aunque su sobrenombre es “Bautista”, él predicaba e invitaba a la gente a la conversión42, al estilo de los profetas del Antiguo Testamento; es más, podríamos decir que Juan asume y plenifica todo el abanico de identidades proféticas que tendrían su culmen en la persona y misión del Bautista.
La manera y el estilo de vida de Juan tal como lo presentan los evangelios nos habla de un personaje que asume las formas de un asceta, entendiendo por asceta aquel que convierte la austeridad y el abandono de los bienes como una práctica de vida junto con una práctica de carácter social43.
La palabra “ascetismo” expresa un concepto bastante impreciso o abierto44. Algunos estudiosos incluso han llegado a rechazar el concepto como tal, por no ser capaz de servir como marco teórico para la interpretación de textos tanto bíblicos como extrabíblicos. Tampoco conviene identificar el ascetismo únicamente con algunos comportamientos particulares tales como la renuncia sexual, el ayuno, la abstinencia u otras prácticas de autonegación, aunque todas ellas puedan formar parte de un régimen ascético.
La palabra ascetismo viene del verbo askein del griego clásico. Originalmente se refería a distintas formas de entrenamiento físico. Solo después, se aplicó también a otras disciplinas de índole moral y formación personal. Podríamos afirmar que lo ascético tiene siempre dos aspectos: por un lado, el rechazo de este mundo como marco para llevar una vida buena o plena (en consecuencia, las personas que lo practican se sitúan en los márgenes de la sociedad); por otro, el ascetismo busca siempre el bien que todavía falta en este mundo, insistiendo en encontrarlo dentro de la sociedad y, de este modo, sitúa a la gente de manera marginal en el mundo y en la sociedad. Es por eso, por lo que el asceta siempre procura conocer el otro mundo que todavía es posible desde el propio cuerpo, aquí y ahora, como fruto de una disciplina asumida45. De los dos aspectos, este segundo es el más importante puesto que el asceta pretende buscar y vivir en su propio cuerpo, dentro del mundo rechazado, el bien que falta.
El ascetismo es un esfuerzo para vivir a contracorriente de lo que en un determinado contexto sociopolítico se conoce como normalidad. En este sentido Juan fue un profeta asceta. Su estilo y su modo de vivir suponen una forma de vida contracultural frente a los valores que primaban en su contexto social: “Porque vino Juan, que ni comía ni bebía, y dicen: ‘Demonio tiene’” (Mt 11,18).
Unido al estilo de vida ascética hemos subrayado la importancia de la práctica que busca entrar en la realidad vigente y que configura una forma de ser que va más allá de la práctica normal o cotidiana; es un modelo existencial que se sitúa en los márgenes. Las tres características del ascetismo en los primeros siglos del cristianismo y que guardan relación con la figura de Juan eran:
– La renuncia sexual, que pone en tela de juicio la reproducción biológica del ser humano y la reproducción social. Juan, el hijo único de un sacerdote (Lc 1,5), volvió la espalda a la función que por nacimiento estaba obligado a desempeñar y, rechazando de hecho a su familia sacerdotal y el Templo, se fue al desierto para convertirse en un profeta israelita del juicio46. De acuerdo con las costumbres de la época, Juan tendría la obligación y la responsabilidad de dar continuidad al linaje familiar y garantizar su sucesión mediante el matrimonio. Parece que la vida eremítica de Juan (Lc 1,80), su proximidad a los esenios de Qumrán47 o con otros movimientos ascéticos, y su posterior aparición en la escena pública con su mensaje y actuación, le llevaron a optar por el celibato y la renuncia sexual.
– La privación de la comida. El hambre pone de relieve el cuerpo humano, como un organismo engarzado con la vida humana, o sea, una vida mantenida por la ingesta de alimentos y que incluso lleva a las personas al olvido de otros valores superiores48. También Mateo nos habla acerca de la comida de Juan: “Su comida eran saltamontes y miel silvestre” (Mt 3,4b), e incluso la gente hablaba de él como un endemoniado que ni comía ni bebía (Mt 11,18). No hay en los evangelios indicio alguno de que Juan considerase su estado de no comer como derivado de un voto y destinado a concluir, al cabo de un tiempo, con una ofrenda en el Templo de Jerusalén. Las referencias al consumo de miel entre los esenios y a la ingestión de saltamontes entre los qumranitas incitan a los exegetas a tender puentes teóricos entre Juan y Qumrán49.
Aunque la similitud con los esenios o Qumrán en cuanto a la dieta no prueba la existencia de un vínculo institucional entre ellos y Juan, puede encerrar la clave de los curiosos hábitos alimentarios del Bautista. En realidad, su sustento no es tan insólito entre los pobladores de las regiones desérticas. Se tiene noticia del consumo de saltamontes no solo por los palestinos, especialmente los del este del Jordán, sino también por los habitantes de ciertos lugares de Arabia y Etiopía. Los más pobres, especialmente en épocas de hambre, los utilizan como una verdadera fuente de alimentación. Por otro lado, la miel, cuya cualidad de silvestre se subraya, podría ser secreción dulce de ciertos tipos de árboles o verdadera miel de abejas silvestres50.
– La pobreza asumida. El peculiar estilo de vida de Juan aparece también en su forma de vestir: “Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos” (Mt 3,4a). Muchos críticos han subrayado que el vestido que llevaba Juan es parecido a cómo se describe en 2 Re 1,8 al profeta Elías. También se menciona que utilizaba un cinturón de cuero, tratándose por lo tanto de un tipo de correa o de una prenda interior. Tal vez la vestimenta con la que es descrito Juan no tenga otro propósito que la de ser una indumentaria práctica, cómo la que utilizaban los hombres del desierto para las inclemencias climáticas y su propia protección51.
Dentro del contexto de los evangelios, el estilo de vida de Juan, célibe, pobre y austero, contrasta y enaltece a la vez su integridad dentro de una sociedad donde los hábitos inmorales de la clase gobernante escandalizan y dificultan la conversión.
La palabra profeta viene del término griego profetés, que a su vez proviene de pro- que significa “en vez de, “en lugar de”, y fêmi-, que podemos traducir como “hablar”, “anunciar”, “decir”. El profeta es, por tanto, alguien que habla, dice o anuncia en nombre de otro. El profeta bíblico es aquel que habla en nombre de Dios. En la literatura hebrea el profeta es nāḇî, es decir, un hombre llamado, alcanzado, atrapado por la Palabra, que se apodera de él, que se instala en sus entrañas y se ve obligado a anunciarla52.
En el Antiguo Testamento aparecen como profetas personajes muy distintos. Esto ha sido objeto de diversos estudios sobre la sociología del movimiento profético. Pero, en líneas generales, los rasgos más llamativos de la personalidad profética siguiendo a Sicre son los siguientes53:
1) El profeta es un hombre inspirado, en el sentido más estricto de la palabra. Nadie en Israel tuvo una conciencia tan clara de que era Dios quien le hablaba y de ser portavoz del Señor como el profeta. Y esta inspiración le viene de un contacto personal con él, que comienza en el momento de la vocación.
2) El profeta es un hombre público, su deber de transmitir la palabra de Dios lo pone en contacto con los demás. El profeta se halla en contacto directo con el mundo que lo rodea: conoce las intenciones políticas, el descontento y las injusticias, así como la falsa religiosidad y la idolatría.
3) El profeta es un hombre amenazado. Esta persecución no es solo de los reyes y de los poderosos, también de los sacerdotes y los falsos profetas. E incluso el pueblo a quienes el profeta defiende se vuelve contra él, lo crítica, desprecia y persigue. En el destino de los profetas queda prefigurado el de Jesús de Nazaret.
4) Por último, recordar que la profecía es un carisma, y como tal, rompe todas las barreras: la de género, en Israel existen profetisas como Débora (Jue 4) o Hulda (2 Re 22); la barrera de las clases sociales y religiosas, como Amós, Isaías (Is 6,1-10; Am 7,14-15); incluso la de la edad como ocurre con el profeta que aparece entre las identidades de Jesús: Jeremías (Jr 1,6-7).
La vida de Jeremías comprende dos períodos muy distintos, separados por el año 609 a. C. fecha de la muerte del rey Josías. Los años que preceden a este acontecimiento están marcados por el sello del optimismo: la independencia política abre paso a una prosperidad creciente y a la reforma religiosa llevada a cabo por el rey. Los años que siguen constituyen un período de rápida decadencia: Judá se verá dominada, primero por Egipto y, más tarde, por Babilonia. Las tensiones internas y luchas de partidos están acompañadas de injusticias sociales y de una nueva corrupción religiosa. El año 586 a. C. con la caída de Jerusalén en manos de los babilonios, el reino de Judá desaparece definitivamente de la historia. Todo ello marca la vida y la personalidad de Jeremías que también guarda semejanzas identitarias con Juan Bautista.
Jeremías 1,4-19 constituye el relato de vocación de este profeta. Dios se dirige a él y le confía una misión para su pueblo y para las demás naciones: anunciar todo lo que el Señor le diga, arrancar y plantar54. Las circunstancias en las que predica Jeremías son difíciles, pues el enemigo del norte caerá sobre Israel. El pueblo y sus gobernantes lucharán contra él, pero Jeremías no tiene nada que temer porque el Señor está con su profeta. En este relato de vocación encontramos el anuncio de la consagración profética de Jeremías antes incluso de su nacimiento, al igual que Juan el Bautista, aunque la objeción de Jeremías a su llamada (Jr 1,6) contrasta con la del niño Juan que salta de gozo en el seno de su madre (Lc 1,44). La respuesta de Dios (vv. 7-8) disipa la dificultad presentada por Jeremías aludiendo a su juventud. El Señor le promete su asistencia en la misión que le confía55. Del mismo modo, a Juan, también se le encomienda una misión de parte de Dios, anunciada en el cántico que entona su padre: “Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo pues iras delante del Señor para preparar sus caminos” (Lc 1,76).
A lo largo de este artículo hemos ido perfilando la identidad de Juan Bautista, una identidad en los márgenes de las identidades sociales de su tiempo. Como profeta venido del desierto y con tintes apocalípticos, Juan es un asceta que en poco o nada podríamos comparar a Jesús de Nazaret en su estilo y práctica de vida. Sin embargo, dicho profeta aparece entre las identidades que la gente del siglo i da a Jesús. Más que un profeta marcado por la novedad, Juan presenta una identidad profética en general, mostrando rasgos comunes a los profetas del Antiguo Testamento. A lo largo del evangelio, en la presentación que va haciendo Mateo de quién es el Bautista y quién es Jesús, aparece una frase central señalada por Jesús en su Bautismo: “Nos toca cumplir toda justicia”, es decir, tanto a Juan como al Maestro les corresponde hacer la voluntad de Dios.
Aun así, aparecen rasgos proféticos comunes a ambos, tal como nos los presenta el evangelista Mateo. Juan y Jesús inician su actividad predicando la conversión porque el Reino de los Cielos ya está aquí. Tanto el Bautista como el Maestro de Nazaret apoyan el contenido de su mensaje en citas de la Escritura. Como los profetas del Antiguo Testamento, Juan es un observador de su tiempo y percibe una situación desoladora, en consecuencia, exige por parte de la sociedad (el pueblo y especialmente los poderosos) un cambio. Jesús trae consigo ese cambio, un mensaje que supone para los que lo acogen y se incorporan a su proyecto una autentica transformación, la novedad del Reino.
Generalmente los profetas, rubrican su mensaje con ciertas acciones simbólicas: Juan las realiza con su peculiar manera de vestir, su bautismo, su estilo de vida, la crítica a la situación de inmoralidad que vive el rey Herodes. Jesús también las realiza a través de los milagros, la comensalidad con los pobres y marginados, la crítica a las clases poderosas, transformando y resignificando las prácticas religiosas56. Ambos Juan y Jesús, esperan la llegada de un Juicio que exige la conversión y que será la salvación para el pueblo en la persona de Jesús. La suerte de un profeta está anunciada en sus predecesores; en consecuencia, la muerte de Juan (Mt 14,1-12) será anticipo de lo que después le ocurrirá a Jesús.
En conclusión, podríamos decir que en un mundo donde las identidades sociales están muy marcadas, el elemento profético de Juan tendrá un reflejo en la persona de Jesús de Nazaret, quien un poco más adelante será confesado por Pedro como “el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,15-16), en respuesta a la nueva pregunta de Jesús sobre su identidad.
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[recibido: 24/07/21 – 06/09/21]
1 Tajfel, La catégorisation sociale, 292.
2 Hogg-Smith, Social identity, and attitudes, 337-360.
3 Marcus, John the Baptist, 8.
4 Meier, Un judío marginal, Tomo II/I, 2001; Trebolle, “Los textos de Qumrán y el Nuevo Testamento”, 239-240; Stegemann, Los esenios, Qumrán, Juan Bautista y Jesús, 235-252.
5 Josefo, Antigüedades judías, 116-119.
6 Reimarus (1694-1768), en una investigación publicada póstumamente (Von dem Zweck Jesu und seinen [Sobre la intención de Jesús y sus discípulos]), distinguía entre el Jesús de la historia –un judío revolucionario confabulado con Juan el Bautista y con intenciones políticas de librar al pueblo del dominio romano– y el Cristo de la fe –una ficción de los evangelios objeto de la prédica de sus discípulos, quienes robaron su cuerpo e inventaron doctrinas sobre la resurrección y la parusía.
7 Martínez, El amigo del novio, 30-33.
8 Lupieri, Giovanni Battista fra storia e leggenda; Ernst, J., Johannes der Täufer: Interpretation, Geschichte, Wirkungsgeschichte; otro trabajo con una orientación sociohistórica es el de Meier, Un judío marginal, II/I.
9 A modo de ejemplo: Galdeano, Mira que envío mi mensajero delante de ti, 2019; Martínez, El amigo del novio, 2019; Adinolfi, Giovanni Battista. Un profilo storico del maestro di Gesú, 2021; Destro – Pesce, Il Battista e Gesú. Due movimenti Giudaici nel tempo della crisi, 2021; Marcus, John of Baptist, 2018, o the Seminary: Freedman Lecture panel: Who was historical John the Baptist? March 22, 2021.
10 Martínez, El amigo del novio, 42-45.
11 Luz, El Evangelio según san Mateo, 201.
12 Pikaza, Evangelio de Mateo, 144.
13 Los textos han sido tomados de la Nueva Biblia de Jerusalén.
14 Luz, Evangelio según san Mateo, 202-203.
15 Carter, Mateo y los márgenes, 155.
16 Meier, John the Baptist in Matthew’s Gospel, 388.
17 Trilling, Evangelio según San Mateo, 40.
18 La localización no es precisa. Hay autores, como Carter, en Mateo y los márgenes, 156, que afirman que puede tratarse de una zona situada al este de Jerusalén, en dirección al mar Muerto, y que sube hacia el norte a lo largo del valle del Jordán.
19 Bernabé, “El Reino de Dios y su propuesta desde la marginalidad creativa”, 23.
20 Lupieri, Giovanni Battista nelle tradizioni sinottiche, 95-97.
21 Pikaza, Evangelio de Mateo, 147.
22 Muchos se han preguntado acerca del origen de la práctica bautismal de Juan. Entre las propuestas figuran la secta de los mandeos, las abluciones de Qumrán, cierto paralelismo con otras figuras del desierto como Banno y el bautismo de prosélitos. Cf. Meier, Un judío marginal, II/I, 72.
23 Dennert, John the Baptist and the Jewish Setting of Matthew, 258-259.
24 Pikaza, Evangelio de Mateo, 148.
25 Grilli-Langner, Comentario al Evangelio de Mateo, 72.
26 Meier, John the Baptist in Matthew’s Gospel, 390-391.
27 Martínez, El amigo del novio, 149-151.
28 Castaño, Evangelio de Mateo, 262.
29 Meier, Un judío marginal, II/I, 101-103.
30 Rodríguez Carmona, Mateo, 244.
31 Rodríguez Carmona, Mateo, 119.
32 Dennert, John the Baptist and the Jewish Setting of Matthew, 230-235.
33 Cesarea de Filipo corresponde en la actualidad a Banias. La ciudad fue donada por Augusto a Herodes el Grande en el año 20 a. C. Reconstruida y engrandecida por su hijo Filipo, le puso el nombre en honor al emperador. Su propio nombre sirve para distinguirla de Cesarea Marítima (Josefo, Antigüedades judías, 18,27).
34 Carter, Mateo y los márgenes, 486-487.
35 Marcus, John the Baptist, 59-61.
36 Báez, “El desierto en el Nuevo Testamento”, 301-303.
37 Álvarez, Las narraciones sobre Elías y Eliseo en los libros de los Reyes, 2.
38 Asurmendi, El profetismo, 19-23.
39 Varo, Moisés y Elías hablan con Jesús, 2016.
40 García, “Los hombres del Mar Muerto”, 45-50.
41 Meier, Un judío marginal, II/I, 159.
42 Ib., 73-76.
43 Vaage, “El ascetismo en el cristianismo naciente”, 261-304.
44 Ib., 262.
45 Vaage, “El ascetismo en el cristianismo naciente”, 264-265.
46 Meier, Un judío marginal, II/I 24-25.
47 Plinio el Viejo describe a los esenios de Qumrán: “Un grupo sin par, extravagante y solitario, (que vive) bastante alejado de los vapores perjudiciales de la zona ribereña, que vive sin mujeres, sin relación alguna con el sexo femenino y sin dinero, solo en compañía de palmeras”, Plinio el Viejo, Historia natural, libro V, cap. 4.
48 Vaage, “El ascetismo en el cristianismo naciente”, 286.
49 Stegemann, Los esenios, Qumrán, Juan Bautista y Jesús, 235-252.
50 Martínez, El amigo del novio, 114.
51 Ib. 114-115.
52 Sáez de Maturana, Juan Bautista, 159-160.
53 Sicre, Los profetas de Israel y su mensaje, 20-22.
54 Asurmendi, el profetismo, 55.
55 Sicre, Introducción al profetismo Bíblico, 259.
56 Bernabé, “El Reino de Dios y su propuesta desde la marginalidad creativa”, 34-42.