Alfredo Acevedo
Universidad Católica de Córdoba, Argentina
: https://orcid.org/0000-0002-5088-3599
Resumen: El personaje misterioso de Nicodemo, propio del evangelio de Juan, presenta características difíciles de desentrañar. Un análisis narrativo de sus diversas apariciones en el contexto joánico es una opción posible para comprender su proceso personal y, al tiempo, permitir al lector identificarse con él.
Nicodemo es un fariseo que deviene discípulo de Jesús. Un proceso que exigirá, en él y en el lector, más de un movimiento: dejar los propios discursos claros y seguros para lanzarse a la acción osada y desafiante. La dinamicidad de fariseo nocturno invita a dejar las propias seguridades. Solo así, el lector podrá convertirse en verdadero discípulo.
Palabras clave: Evangelio de Juan. Nicodemo. Lector. Proceso de fe. Dinamismo. Contexto. Análisis narrativo.
Abstract: The mysterious character of Nicodemus, typical of the Gospel of John, has characteristics that are difficult to unravel. A narrative analysis of his various appearances in the Johannine context is a possible option to understand his personal process, and at the same time, allow the reader to identify with him.
Nicodemus is a Pharisee who becomes a disciple of Jesus. A process that requires, in him and in the reader, more than one movement: leaving his own clear and safe discourses behind to launch into daring and challenging action. The dynamism of the nocturnal Pharisee invites you to leave your own securities. Only in this way, the reader can become a true disciple.
Keywords: Gospel of John. Nicodemus. Reader. Process of faith. Dynamism. Context. Narrative analysis.
El presente trabajo se centrará en la figura de Nicodemo, figura netamente joánica. Su triple aparición en el cuarto evangelio (3,1-21; 7,50; 19,39) no solo invita al lector a reflexionar sino que además le proporciona diversos elementos para su camino de fe 1.
Que el fariseo nocturno sea expresión de un proceso de fe parece ser una idea compartida por diversos estudiosos 2. Sin embargo, la pregunta que se intentará responder en el presente escrito será respecto al alcance y la dirección de este proceso emprendido por la figura de Nicodemo. Se habla de “alcance” en el sentido de punto de llegada del proceso, pues todo camino ha de conducir hacia un determinado lugar o situación. Por eso, hablar de alcance necesariamente acarrea la idea de “dirección”. En el caso de Nicodemo, la pregunta será respecto a su proceso de fe en Jesús.
Para responder estas cuestiones se seguirán los siguientes pasos: 1. Delimitación y ubicación de las perícopas en las que aparece el personaje; 2. Análisis narrativo de la perícopa, atendiendo de modo especial al rol de los personajes y a las instancias extra e intradiegéticas; 3. Observación y análisis de los elementos propios del personaje, sobre todo, en vistas a la comprensión de su proceso.
Dado que el personaje Nicodemo aparece tres veces en el evangelio de Juan (Jn), estos pasos se desarrollarán en una estructura de estilo tríptico.
La primera aparición de Nicodemo tiene lugar casi al inicio del evangelio (3,1-21). Dicho encuentro entre el fariseo y Jesús pertenece a una sección más amplia, correspondiente a 2,13–4,54, sección en la que, al decir de Vignolo, predomina el tema del creer. La recurrencia de este verbo (17×), más otras expresiones análogas, son las que darían fuerza a esta afirmación 3. Se procede entonces a ubicar la perícopa dentro del contexto general de Jn.
Después de la celebración de las bodas en Caná (2,1-12), la escena que presenta el evangelista se cierra con el descenso de Jesús junto a su madre y sus hermanos a Cafarnaúm (2,12). La escena siguiente es la que presenta al Señor llegando a Jerusalén por el motivo de la fiesta de la Pascua (2,13). Se trata de la primera subida de Jesús a la ciudad eterna. Dicho movimiento inicia esta segunda sección (2,13–4,54), que recorre los siguientes pasajes: purificación del templo (2,13-25), encuentro con Nicodemo (3,1-21), testimonio de Juan el Bautista (3,22-36), encuentro con la mujer samaritana (4,1-42) y curación del hijo del funcionario real (4,43-54). El capítulo quinto, con la segunda subida de Jesús a Jerusalén (5,1), presenta la tercera sección. De este modo, el encuentro entre Jesús y Nicodemo pertenece a la segunda sección del evangelio de Juan.
Otro modo de concebir estos primeros capítulos de Juan es considerar el punto de vista topográfico. De ahí que algunos autores 4 titulen la sección de los capítulos 2–4 “De Caná a Caná”, colocando el inicio en el evento de las bodas, donde “Jesús hizo el inicio de los signos” (2,11); y su cierre en la curación del hijo del funcionario real, evento también ocurrido en Kanà tēs Galilaías (4,46-54).
Así, sea de un modo o de otro, el encuentro entre Nicodemo y Jesús queda ubicado en la misma sección de los capítulos 2–4, donde el tema central parece desarrollarse en torno a la cuestión del creer.
Para profundizar en la perícopa propia del encuentro entre Nicodemo y Jesús, no se debe perder de vista lo acontecido previamente. Pues luego del evento de “la purificación del templo” (2,13-22), se narra que, estando en Jerusalén, muchos habían creído (epísteusan) en Jesús al ver las señales que hacía (2,23). Sin embargo, Jesús mismo no creía (ouk epísteuen) en ellos, porque los conocía a todos (v. 24), y porque no tenía necesidad de que alguno testimoniase acerca del hombre (perì toū anthrṓpou). En efecto, él conocía lo que había en el hombre (en tō anthrṓpō) (v. 25).
El capítulo 3 comienza Ēn dè ánthrōpos ek tōn farisaíōn (v. 1), con lo cual, no solo presenta un nuevo personaje –en este caso, Nicodemo– sino que además mantiene el argumento, vinculándolo con la parte precedente. En este sentido, la aparición del nuevo personaje Nikódēmos (3,1) habría que considerarla en continuación con los versículos anteriores (2,23-25), los cuales funcionarían a modo de transición narrativa entre un pasaje y otro 5.
La repetición de algunos conceptos bisagra contribuyen a este pasaje: hacer signos (2,23; 3,2), la mención al nombre (2,23; 3,1), los verbos conocer-saber (2,24-25; 3,2) y la referencia al ánthrōpos (2,25; 3,1). Por tanto, para comprender a cabalidad la escena del encuentro entre Jesús y Nicodemo hay que considerar su inicio en 2,23, y no en 3,1 6.
Por otro lado, el final de la perícopa tampoco parece del todo claro 7. La escena consiste en un diálogo entre Jesús y Nicodemo. Sin embargo, no es fácil comprender dónde concluye la última intervención de Jesús ni mucho menos cómo finaliza la escena.
El narrador introduce la última pregunta de Nicodemo en el v. 9. Sigue la respuesta de Jesús introducida en el v. 10, pero sin un claro final. La voz de Jesús parece confundirse con la del narrador. Tanto el sujeto que habla como el destinatario (¿Nicodemo?) se difuminan y confunden. El contenido del mensaje parece no dirigirse ya a una sola persona sino a varias.
Tampoco la forma en que concluye la intervención de Jesús es clara. El único indicador que muestra el final de la respuesta del Maestro es la aparición de los nuevos personajes (hoi mathētaí) y el cambio de lugar (ēlthen... eis tḕn Ioudáian gēn) (3,22). Recién aquí se menciona que Jesús se marcha con sus discípulos a la tierra de Judea, donde bautizaba (ebáptizen). La aparición de estos nuevos elementos son los que hacen pensar que el diálogo entre Jesús y Nicodemo ha llegado a su fin. De otro modo, el lector no habría podido darse cuenta.
En síntesis, es posible afirmar que la perícopa se encuentra delimitada entre 2,23 y 3,21.
Si bien la perícopa parece narrar un simple diálogo entre Jesús y Nicodemo, es interesante resaltar la presencia de otros elementos que, desde el punto de vista narrativo, contribuyen a la construcción de la escena. Porque si bien los actores principales son Nicodemo y Jesús, se ha de considerar también la voz del narrador y la de los otros personajes, como por ejemplo los polloì epísteusan [...] theōroūntes autoū tà sēmeîa hà epoíei (2,23b). Será útil además enunciar alguna palabra respecto a los conceptos “noche” y “maestro”.
La voz del narrador es la primera que aparece en escena. Su función es la propia de aquel que maneja una cámara de vídeo y lleva al espectador de un lugar a otro. El recorrido que propone, de modo intencional, se torna por momentos hasta invasivo.
Al inicio, esta voz es la que advierte que hay muchos que creyeron en Jesús al ver los signos que hacía (2,23b). Sin embargo, a renglón seguido, esa misma voz es la que revela una intimidad del Maestro: Jesús mismo no creía en ellos porque los conocía (v. 24). De este modo, la voz del narrador alterna distintos puntos de vista 8, dando al lector distintas perspectivas del mismo hecho.
En el caso del personaje Nicodemo, el narrador es quien lo presenta. Pero no solo enuncia el nombre, grupo de pertenencia y cargo socio-religioso 9 (3,1). Además lo presenta actuando, pues “este vino hacia él de noche” (3,2a). Se da por tanto una presentación excesiva del personaje Nicodemo 10.
Como se ha demostrado más arriba, es claro que la voz del narrador no tiene reparo en develar los sentimientos y pensamientos de los personajes. Su interés por guiar al lector hacia determinados lugares para que advierta determinadas cosas no presenta dudas. Por eso, los datos que ofrece sobre Nicodemo son intencionales.
En el resto de la escena, la voz del narrador parece desaparecer. Solo se ocupa de introducir las distintas intervenciones de los personajes (3,3a.4a.5a.9a.10a).
El segundo elemento ha tener en cuenta es Nicodemo. Un personaje a quien la voz del narrador lo vincula a “aquellos hombres a quienes Jesús conocía y por eso no creía en ellos” (2,24-25).
El texto griego no es claro en lo que respecta a este punto. Porque la partícula dè, presente al inicio de la narración (3,1) puede ser entendida, sea en sentido coordinante como adversativo 11. Si se considera el primero, entonces habría una simple continuación de lo anterior “Y había un hombre...”. Pero si se toma el segundo sentido, expresado con una conjunción “pero”, entonces la formulación expresaría más bien una excepción y no una simple continuación: “Pero había un hombre...”. Por tanto, si bien Jesús conocía lo que había en el hombre, y los conocía a todos (2,24.25b), Nicodemo podría ser una excepción.
En todo caso, sabemos que al evangelista no le desagradan las ambigüedades y por eso, no ha de maravillar al lector que estas aparezcan más de una vez. En este sentido, parece justo respetar –y asumir– estas ambigüedades joánicas 12. Tal vez, ellas mismas sean un modo de caracterización de los personajes y de los hechos.
Otro dato interesante es que la voz del narrador ubica a Nicodemo en la “noche” (3,2a). El término núx, “noche”, parece tener un doble significado en las 6x que aparece en el cuarto evangelio.
Por un lado, indica el tiempo de la ausencia del sol, es decir, la noche en sentido literal, contrapuesto al día. Así, Nicodemo va de noche a ver a Jesús (3,2), lo mismo que era de noche cuando Judas deja el grupo después del bocado durante la última cena (13,30). A su vez, el milagro de la pesca adviene luego de una noche de entero fracaso (21,3).
La escena posterior a la muerte de Jesús, cuando José de Arimatea y Nicodemo acuden al sepulcro para la sepultura no deja de ser ambigua respecto al tiempo en que esto sucede. Allí, la noche es mencionada pero en referencia a la primera aparición de Nicodemo, no como el momento del día (19,39). En todo caso, este punto se iluminará mejor cuando se estudie la escena propiamente dicha (punto 3).
Pero así como núx posee un sentido literal, también es interesante notar su sentido simbólico. Un sentido que aparece solo en boca de Jesús. Todas las otras veces, núx había sido citado por la voz del narrador (3,2; 13,30; 19,39; 21,3). Sin embargo, en 9,4 y 11,10 Jesús es quien habla de la noche en sentido simbólico. En el episodio de la curación del ciego de nacimiento, Jesús afirma que en la noche nadie puede trabajar y por eso se debe aprovechar el día (9,4). En la escena de la resurrección de Lázaro, Jesús refiere que caminar en la noche conlleva el riesgo del tropiezo (11,10).
De todos modos, ambos sentidos no deben contraponerse. De hecho, uno no es posible sin el otro. Lo cierto es que Nicodemo acude a Jesús de noche, en la oscuridad. He aquí otro rasgo de su personaje, resaltado claramente por el narrador.
Si se observa el personaje más de cerca, puede constatarse que a lo largo de toda la escena, Nicodemo tiene solo tres intervenciones. Esto permite realizar una división del diálogo entre el fariseo y Jesús en tres partes, porque a cada intervención de Nicodemo (3,2b.4b.9b) se suceden las respuestas de Jesús. La división sería entonces la siguiente: (1) vv. 1-3; (2) vv. 4-8; (3) vv. 9-21. Todo enmarcado dentro de una inclusio, indicada por los términos “noche” (3,2) – “tinieblas” (3,19), los cuales, no solo servirían para encuadrar el diálogo sino que además proporcionarían uno de los rasgos característicos del personaje Nicodemo 13.
La primera palabra que pronuncia el fariseo en el cuarto evangelio es rhabbí (3,2b), un título que aparece 8x en Jn 14. De todas las apariciones del concepto hebreo, la única vez que se aclara su significado es al inicio del Evangelio (1,38b). Luego se da por sobreentendido, lo cual justifica el intercambio de conceptos entre rhabbí y didáskalos (vv. 2b.10b), sin por esto perder el sentido de lo que se pretende decir.
Si en el mundo narrativo de Jn, la individualidad de todos los personajes está determinada por el encuentro con el Señor 15, entonces, es imperioso que se analice el personaje Jesús con cierto detenimiento, aunque, por motivos de extensión, no será posible hacerlo de modo exhaustivo.
Lo primero que salta a la vista es la cantidad de palabras que emplea Jesús en sus tres respuestas. Pues la extensión en el uso de las palabras puede ser una señal de los procesos de los personajes. Mientras Nicodemo tiende a decrecer en la cantidad de palabras que utiliza para hacer sus preguntas, Jesús aumenta 16. Así, esta simple cuestión externa podría ser expresión de un proceso más bien interno que viven los personajes.
La primera intervención de Jesús (v. 3) desorienta a Nicodemo. El tipo de respuesta ofrecida coloca a su interlocutor en otra esfera, en la de una pregunta más radical y profunda, la pregunta por el Reino 17. Así, el diálogo se desarrolla en una especie de incomprensión, donde los niveles de conversación parecen no ser los mismos 18. Nicodemo le habla de signos y Jesús le hace la propuesta de renacer de lo alto (vv. 2-3); Nicodemo le refiere el obstáculo de la ancianidad y Jesús le responde que el viento del Espíritu sopla hacia dónde quiere (vv. 4-8); Nicodemo se cuestiona sobre la condición de posibilidad respecto a lo que acaba de escuchar y Jesús elabora un discurso que se asemeja más a una síntesis querigmática y parenética 19 que a una respuesta sobre biología humana y el modo en que nacen las personas. El lector se encuentra entonces frente a dos niveles de conversación que expresan dos estadios distintos en los personajes 20.
Por último, cabe decir alguna palabra sobre aquellos que, observando los signos que Jesús hacía, creyeron en su nombre (2,23b). Estas personas eran judíos que habían ido a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Si bien, estos versículos corresponden más al sumario presentado por el evangelista (2,23-25), será útil recordar que momentos antes el texto ya había presentado a judíos cuestionando a Jesús por los signos que este hacía (2,18). Esta pregunta por los signos que Jesús hace se repetirá luego con Nicodemo (3,2). La cuestión que surge entonces es si es posible ubicar al fariseo entre aquellos que habían creído en su nombre (2,23b). De este modo, algo en él ya se había encendido, y por eso, aún inseguro, recurre a Jesús en la noche 21.
Estas instancias extra e intradiegéticas parecen entremezclarse de modo sutil a lo largo de la trama. Las diversas conexiones que el lector ha de descubrir en la voz del narrador son de un nivel sumamente alto. Así, la mención a Nicodemo como un ánthrōpos (3,1), vinculándolo con el versículo precedente (2,25), solo puede ser captado por el lector extradiegético. Lo mismo cabría decir de conceptos como “hacer signos” o “noche”.
Otro elemento extradiegético es el cambio de persona que se da en la última intervención de Jesús (vv. 10-21) frente a la pregunta de Nicodemo (v. 9). Allí, Jesús expone un largo discurso en el que, como bien lo nota Resseguie 22, la palabra de Jesús se mezcla con la del narrador 23. De hecho, la distinción entre uno y otro es poco clara.
Por otro lado, la alternancia entre la segunda persona singular (soi, v. 11) y la plural (humîn, v. 12), podría hacer pensar en Nicodemo no solo como un personaje particular sino corporativo 24, delante el cual, los lectores se sentirían identificados e incluidos. Al mismo tiempo, el paso de la primera persona (légō... v. 11) a la tercera, cuando Jesús habla del Hijo del hombre (vv. 13-14), no deja de ser una estrategia narrativa para incluir al lector extradiegético en la escena 25. Lo curioso es que a partir de estos versículos, el discurso se torna ambiguo. La voz de Jesús se confunde con la del narrador y el destinatario parece no ser más Nicodemo –o al menos, solo Nicodemo–. Aparecen así otros interlocutores que, como –o en lugar de– el fariseo, escuchan las palabras del Maestro.
Sin ánimos de repetir lo abordado hasta el momento, solo se resaltan aquí algunos de los elementos ya nombrados y que pueden ayudar a comprender por qué el fariseo es un personaje en movimiento.
Nicodemo puede ser considerado en movimiento, no solo por su ida a Jesús en la noche (3,2a). Algo en él había cambiado en el encuentro con Jesús y, por eso su movimiento exterior es expresión de otro más interior.
En la escena de la purificación del templo (2,13-22), algunos judíos habían presenciado el obrar de Jesús y lo habían interrogado (v. 18). Luego, mientras Jesús estuvo en Jerusalén, dice el narrador que muchos habían creído en su nombre (v. 23). Por último, Nicodemo aparece en escena, yendo a encontrar a Jesús de noche (3,1-2). Tres escenas que pueden ser conectadas entre sí.
No sería extraño entonces pensar que Nicodemo habría sido testigo del obrar de Jesús. Su estadía en Jerusalén por motivo de la fiesta de la pascua habría coincidido con la del Maestro de Galilea. Así, ya sea por curiosidad, atracción o algún tipo de interés desconocido, el fariseo se sentiría movido a ir hacia Jesús.
Nicodemo es una figura ligada a un grupo. Era un hombre ek tōn farisaíōn (3,1a). Por eso, el uso del plural con el que se refiere a Jesús –oídamen (v. 2b)–, no solo habla de un colectivo sino que además expresa las seguridades que aquel grupo manejaba.
Los fariseos –y entre ellos, Nicodemo– parecen preocupados por los signos que Jesús muestra (2,18b). Necesitan hechos para interpretar. Por eso Nicodemo puede asegurar sin dudar “sabemos que has venido de Dios [como] Maestro” (3,2b). En efecto, el fariseo nocturno no pregunta. Afirma. Y su afirmación tiene un fundamento: “en efecto, nadie puede hacer estos signos que tú haces, a menos que Dios no esté con él” (3,2c). Pero la seguridad del visitante nocturno se topa con la sabiduría del verdadero Maestro. El simple Rhabbí logra desarmar las pocas seguridades de aquel que se pensaba ho didáskalos toū Israēl (3,10b).
El encuentro con Jesús pone en crisis la interioridad de Nicodemo. Por eso, las palabras del fariseo ya no expresarán seguridad si no dudas. No por nada, repite la misma cuestión: pōs dýnatai...(3,4b.9b). Jesús rompe las certezas de Nicodemo hasta el punto de hacerlo abandonar las afirmaciones. Entonces, las frases declarativas dan paso a las interrogaciones 26, y las interrogaciones se convierten en silencio y admiración. Por eso, los vv. 13-21 pueden ser considerados como un monólogo conclusivo 27, donde Jesús, no respondiendo más a las cuestiones de Nicodemo, busca revelarse a sí mismo. El conflicto de la narración, profundizado cada vez más por las dos preguntas de Nicodemo (3,4b.9b), encuentra su revelación en las últimas palabras de Jesús. Palabras que colocan al fariseo –y al lector– delante a una decisión: creer o no creer. De hecho, el relato concluye en un suspenso silencioso, pues nada se sabe, sea de la trama, sea de los personajes. La única certeza es que Nicodemo –y ojalá, también el lector–, abandonando sus seguridades y certezas, ha cesado de preguntar.
Como puede notarse, el personaje de Nicodemo es complejo. Se trata de un personaje en movimiento, donde –como sostiene Resseguie–, lo que parece predominar es su conflicto interior 28. Por eso, para concebir un análisis profundo de su rol y desentrañar su proceso es necesario analizar también las otras dos partes en las que aparece. Solo así se podrá completar la perspectiva que el evangelista ha querido ofrecer del fariseo nocturno 29.
La segunda aparición de Nicodemo tiene lugar en un contexto de discusión entre los fariseos, los sumos sacerdotes y sus guardias (7,45). La cuestión que gira en el ambiente es la identidad de Jesús y el reconocimiento que de él hace el pueblo (7,40.43), pues muchos habían creído en él (7,31a). Intentando combatir lo que se generaba en torno al maestro de Galilea, los fariseos y sumos sacerdotes envían guardias con el fin de arrestarlo (7,32), pero estos regresan sin haber cumplido su objetivo (7,45). Al parecer, el estilo de Jesús también los había cautivado a ellos (7,46) y por eso los fariseos les recriminan que también ellos habían sido engañados (7,47b).
La reaparición de los personajes centrales y el regreso de los guardias, luego del pedido de arresto a Jesús, permite individuar el inicio de esta sección en el v. 45.
La pregunta –¿irónica?– que hacen los fariseos sobre si algún magistrado o fariseo había creído en Jesús concluye con la maldición sobre esta gente, ignorante de la Ley y, por tanto, creyentes en Jesús (vv. 48-49). En ese instante, Nicodemo aparece en escena. El narrador lo reintroduce, retomando los datos que el lector ya conoce: “el que había ido hacia él anteriormente, siendo uno de ellos” (7,50). Así, Nicodemo, magistrado judío (3,1c) y del grupo de los fariseos (3,1a), aparece ahora en escena, actuando en nombre de la Ley (7,51a) 30. Nicodemo no parece distanciarse de sus hermanos judíos, aunque su intento por defender a Jesús lo ubica en una postura más conciliadora y de cierta simpatía hacia el Maestro de Galilea.
La escena concluye de modo similar a la anterior, aquella del capítulo 3. Pues luego de la respuesta de sus connacionales, el texto vuelve a callar. Nada se dice de la reacción de Nicodemo, ni de cómo continúa la escena. Solo se menciona que cada uno se marchó a su casa (v. 53). De resto, todo es silencio.
Estudiando los personajes presentes en esta segunda escena y analizando las posibles instancias extra e intradiegéticas, se constata cierto avance en el personaje del fariseo. Nicodemo no es más aquel curioso que busca al Señor en lo oculto de la noche. Y aunque aún no se muestre discípulo a plena luz, su intervención a favor del Señor es incipiente. El fariseo, al igual que el lector, dan pequeños pasos hacia la dirección deseada.
Lo interesante es que los personajes de esta escena son casi todos colectivos. El único individual es Nicodemo. Aparecen los sumos sacerdotes y los fariseos por un lado (7,45b), y los guardias (7,45a) y la gente ignorante de la ley (7,49), por otro. Nicodemo podría ubicarse en medio.
Los fariseos y los sacerdotes se muestran claramente contra Jesús 31. De hecho, tal y como ya se ha mostrado, todo tiene su inicio en la preocupación de estos, pues muchos del pueblo habían comenzado a creer en el Maestro (7,31a). La situación recuerda a aquel contexto previo al primer encuentro entre Nicodemo y Jesús (2,23b). Allí, como ahora, muchos epísteusan eis autòn, y por eso, los sumos sacerdotes y los fariseos quieren acabar con el Galileo.
Pero los fariseos son los que parecen más empeñados en poner fin al obrar de Jesús. Son ellos los que reprenden a los guardias y los tratan como tontos, reprochándoles que también ellos habían sido engañados (7,47b). De hecho, según ellos ningún magistrado ni fariseo creía en Jesús (7,48).
La postura de Nicodemo, si bien no es tan expresa como la de los guardias, permite entrever cierto movimiento del personaje. La cuestión que plantea aquí parece extraña, pues en la escena anterior (2,23–3,21) había confesado que “nadie puede realizar los signos que tú realizas si Dios no está con él” (3,2c-d). Entonces, cómo se explica que pida ahora escuchar primero y conocer qué hace un hombre antes de juzgarlo, si él lo conocía bien. ¿Qué esconde en verdad la pregunta de Nicodemo? ¿Se trata en verdad de un avance en su proceso de fe o por el contrario habría que pensar en un retroceso? ¿Es posible pensar que aquel primer encuentro con Jesús lo hubiese desarmado de tal manera que ahora se encontraba verdaderamente perdido? Cuestiones que –se espera– se responderán más adelante.
El narrador, por su parte, tiene un rol mínimo en esta escena. Sus intervenciones, excepto cuando se refiere a Nicodemo, se reducen a simples introducciones de los personajes y sus acciones. Sin embargo, de Nicodemo agrega algunos datos curiosos, no tanto por la novedad de la información sino por la intención que parece esconder.
Después de introducirlo con el típico légei, “y dijo”, más la mención a los destinatarios, pròs autoús, el narrador agrega, sin ningún tipo de necesidad aparente, la siguiente frase: “el que había ido hacia él anteriormente, siendo uno de ellos” (7,50). De este modo, la intención es recordar al lector que este Nicodemo era el mismo que ya había ido a visitar a Jesús y que, por tanto pertenecía al grupo de los fariseos (3,2). Esta técnica literaria, típica del estilo joánico 32, no pretende sino mantener tenso el hilo narrativo del personaje.
Si se considera al lector como parte de la narración 33, entonces es claro que algunos diálogos son más bien dirigidos a él que a los personajes intradiegéticos de la trama.
La reacción de los fariseos a la respuesta admirada de los guardias (7,46) tiene no solo un efecto intra sino también extradiegético. La pregunta “¿no será que ustedes también han sido engañados?” (7,47b), con cierto tono agresivo, no solo reprueba la actitud entusiasta de los guardias sino que además busca desanimar el proceso que, a estas alturas, el mismo lector está viviendo.
La pregunta “¿Acaso alguno de los magistrados o de los fariseos creyó en él?” (v. 48) también parece estar dirigida al lector, pues la referencia al magistrado o a alguno de los fariseos no puede ser otra que la referencia a Nicodemo, personaje que el lector ya conoce.
El mismo sentido extradiegético tiene la condena a los que no conocen la ley (v. 49) y que por eso, según los fariseos, se dejan engañar y creen en Jesús.
Podría decirse entonces que las palabras que los fariseos dirigen a los guardias, no son solo para estos sino también para el lector. Son palabras que buscan desalentar el proceso de fe que el lector, como los mismos guardias, está viviendo. Por eso, la estrategia utilizada es clara: tres afirmaciones (“también ustedes se dejaron engañar...”, “acaso algún magistrado o fariseo ha creído...?”, “… porque esa gente no conoce la ley...”) que concluyen con la condena final epáratoí eisin, es decir, “son malditos” (v. 49).
En este sentido, la respuesta de Nicodemo se torna interesante. Porque mientras los fariseos acusan a la gente que no conoce la ley y por eso son malditos (v. 49), Nicodemo, quien “era uno de ellos” (v. 50c), también cita la ley (ho nómos hēmôn; v. 51), si bien con un objetivo distinto. Su intervención, aunque tímida e insipiente, no deja de ser un intento de defensa de la persona de Jesús y, por qué no, del propio proceso de fe, suyo y del lector.
La pregunta de Nicodemo por el juicio a un hombre según la ley (7,51), lejos de expresar un retroceso muestra un pequeño salto en su proceso de fe. El fariseo abandona el interés por las obras, expresado en aquella intervención nocturna (3,2), para centrarse en la escucha y el conocimiento de lo que Jesús dice y hace (7,51) 34.
Aunque no se expresa una fe abierta, pues el final de la narración indica que aún falta algo para que el reconocimiento sea pleno, Nicodemo intenta defender al Maestro de Galilea 35. El fariseo deja de defenderse para comenzar a defender algo más grande que sus propias seguridades.
Pero la falta de información vuelve a reinar sobre el final de la escena. A la interpelación que recibe por parte de sus connacionales (7,52) 36, Nicodemo vuelve a callar. Nada se dice de su reacción. Tal vez, porque aún vive de noche.
La última aparición de Nicodemo se encuentra en el contexto de la pasión. Más concretamente, en el momento de la sepultura del cuerpo de Jesús (19,38-42). Su figura aparece asociada a la de José de Arimatea, quien, a pesar de mantenerse en secreto por temor a los judíos, el narrador lo presenta como un mathētḕs toū Iēsoū (19,38b).
Esta última escena de la sepultura es la única que encuentra cierto paralelo en los sinópticos (Mc 15,42-46), aunque la figura de Nicodemo sigue perteneciendo solo al cuarto Evangelio 37.
En esta escena, ni José de Arimatea ni Nicodemo hablan. La voz del narrador es la que conduce toda la trama. Nicodemo vuelve a ser presentado como “el que había ido de noche hacia él, al inicio” (19,39), ligando una vez más su figura a la de las dos escenas anteriores (2,23–3,21 y 7,45-53).
La frase Metà dè taūta, “después de estas cosas”, indicaría la transición con lo acontecido anteriormente. Un corte que se afianza con la aparición de un nuevo personaje, José de Arimatea (19,38). De modo similar, la aparición del personaje María Magdalena (20,1) indicaría el inicio de una nueva sección. La perícopa, por tanto, habría que comprenderla entre los vv. 38-42.
La particularidad de esta escena es su estilo netamente narrativo. La voz del narrador es la única que aparece contando todo lo sucedido. Ninguno de los personajes interviene. No existen los discursos directos ni las preguntas. Todo depende del narrador. Podría decirse entonces que el resto de los personajes nombrados dependen exclusivamente de él.
La voz del narrador revela de José no solo el nombre y el lugar de procedencia (“de Arimatea”). Presenta además algo más profundo. Dice que este era discípulo de Jesús kekrumménos dè dià tòv fóbon tôn Ioudaíōn, es decir, un discípulo que se mantenía en secreto por miedo a los judíos (19,38c). Sin embargo, este discípulo escondido y aparentemente temeroso, será quien reclamará a Pilatos el cuerpo de Jesús para brindarle la sepultura adecuada (19,38.40).
Acerca de Pilatos solo se dice que autorizó a José a retirar el cuerpo de Jesús (v. 38e). De Nicodemo, en cambio, se ofrecen tres elementos de suma importancia.
En primer lugar, se dice que “fue también Nicodemo” (v. 39a). El fariseo es presentado así como un personaje en movimiento, alguien que acompaña a José que, como se dijo anteriormente, era un discípulo de Jesús. Nicodemo no va solo sino con otro. Cuando la situación se torna difícil, la vivencia de la fe requiere la comunidad y el actuar del discípulo deviene audacia 38.
En segundo lugar, el narrador retoma la identidad del fariseo, afirmando que este era “el que había ido hacia él de noche, el primero” (v. 39b). Se repite entonces la estrategia narrativa utilizada en 7,45-53, aunque aquí se insiste en la referencia temporal vyktós, ausente en 7,50. De este modo, el narrador no solo quiere que el lector se acuerde de Nicodemo sino que además lo asocie al dato de la noche.
Por último, se cuenta que el fariseo había ido “llevando una mezcla de mirra y áloes, como cien libras” (v. 39c), una cantidad exagerada si se tiene en cuenta que se trataba de más de 30 kilos para solo un cuerpo 39. En todo caso, es claro que el fariseo no va como un simple espectador sino con el objetivo claro de preparar el cuerpo para la sepultura.
Al no contar con discursos directos ni con diálogos o discusiones por parte de los personajes, este último pasaje parece centrarse solo en el lector extradiegético. Pero es un centrarse incompleto y hasta un poco engañoso. Porque los datos que el lector ignora son más que los que sabe. Así, por ejemplo, queda en lo oculto la estrategia usada por José para lograr que Pilatos le conceda retirar el cuerpo de Jesús. Tampoco está al tanto del posible diálogo entre José y Nicodemo mientras se dirigían a la tumba, ni del momento del día en que van a tomar el cuerpo y llevarlo al sepulcro. Queda claro que es el narrador quien maneja toda la situación, administrando también los silencios, instancias a las que el lector ya está habituado.
La escena deja al descubierto que tanto José como Nicodemo son personajes dinámicos, decididos y emprendedores. Deciden retirar el cuerpo del Señor, realizar los ritos según la tradición judía (v. 40) y depositarlo en un lugar cercano, “porque era el día de la Preparación de los judíos” (v. 42).
José es presentado como un discípulo secreto por miedo a sus connacionales (v. 38b). Dicha información, proporcionada por el narrador, podría tener de fondo aquel acuerdo entre los judíos, según el cual expulsarían de la sinagoga a todo aquel que confesara que Jesús era el Cristo (9,22). Pero no obstante aquella advertencia, José realiza una acción pública a favor de su Señor. La muerte de su Maestro lo conduce a adoptar una postura de fe más resuelta 40. Así, el narrador parece mostrar un José que sale de su condición de discípulo escondido para convertirse en una figura pública 41.
Por otro lado, Nicodemo parece no tomar parte en aquel pedido a Pilatos. Posiblemente, aunque siendo magistrado, también él temía ser apartado de su grupo (Cf. 12,42). Pero nada se dice sobre este asunto. Su figura, claramente señalada por aquel encuentro del capítulo tercero, es ahora presentada llevando perfumes y óleos para preparar el cuerpo. Una acción de la que se desconoce su alcance público.
Si bien el narrador parece dejar a Nicodemo en la ambigüedad de su posición, algunos elementos pueden arrojar cierta luz:
El primero –y como bien lo nota Resseguie 42– es la doble mención a la paraskeuḗ (19,31.42), es decir, al día de la preparación. Nicodemo abandona la noche y se mueve durante la paraskeuḗ. Aprovecha “el día de la preparación” para rendir homenaje al Señor, motivo por el cual lleva una cantidad exagerada de perfumes y óleos 43.
El segundo dato es el uso sutil de algunos verbos asociados a la figura de Nicodemo. En primer lugar, érjomai, verbo fuertemente ligado a la figura del fariseo (3,2; 7,50b; 19,39-2x-). Nicodemo es aquel que êlthen a encontrar a Jesús, paso obligado para quien desea convertirse en discípulo 44.
En segundo lugar, lambánō (19,40), un verbo que no solo se refiere al “tomar” o “recibir” en sentido material, como el discípulo amado “recibió” a la madre de Jesús en su casa (19,27) 45. El verbo lambánō también adopta el significado de “acoger”, como quien cree en un testimonio, el del Hijo, enviado del Padre (1,12; 5,43; 13,20) 46.
El tercero es la consecuencia que supone para un judío –y más si es observante de la ley– el tocar un cuerpo muerto 47. Tal vez, tanto para él como para José, la verdadera Pascua que cuenta es la de Jesús y no la de aquellos que custodiaban otro tipo de pureza.
De aquel Nicodemo confiado en sí mismo y en sus seguridad (3,1-21), la tercera aparición del fariseo lo presenta sin emitir siquiera una palabra. Su personaje gira de un rol hablador y seguro a una figura más bien asociada y actuante 48.
La ubicación de las perícopas ha servido no solo para comprender el arco narrativo de la trama, sino también para contextualizar el personaje de Nicodemo y su proceso de fe, porque de procesos de fe se trata (20,31). Por eso, si bien solo de la primera perícopa (2,23–3,21) se ha proporcionado una ubicación más general, no por eso se debe pensar que las otras dos han sido pasadas por alto. El proceso mismo del personaje ha hecho comprender que no era necesario. Su conflicto interno en torno a la figura de Jesús ha llevado a centrar el análisis en él y su contexto inmediato más que en el todo del Evangelio. De este modo, el triple estudio de sus apariciones ha permitido llegar a las siguientes conclusiones.
1. Nicodemo siempre es presentado como un personaje en movimiento. Desde aquella noche en la que va a visitar a Jesús hasta su ida con perfumes y óleos para preparar el cuerpo del Señor asesinado. Nicodemo es entonces un personaje dinámico. Sus movimientos exteriores reflejan sin duda las búsquedas interiores.
2. El encuentro con Jesús cambia el interior del fariseo. De un mundo habitado por palabras seguras y convincentes, Nicodemo aprende el arte del silencio y la acción osada. Así, de aquel visitante nocturno que solo habla con afirmaciones, Nicodemo pasa por la duda y el desorientamiento hasta llegar al silencio propio del discípulo que actúa sin el ruido de las palabras.
3. Pero su proceso interior no lo coloca en un camino de discipulado solo o aislado del resto. El lector, quien va siendo partícipe del propio proceso de fe, también camina con él. Por eso, no sorprende que por momentos, Nicodemo parezca no solo defender su propio proceso de búsqueda sino también el del lector.
4. Al final, Nicodemo abandona la noche de las seguridades farisaicas para comenzar a caminar en la paraskeuḗ del discípulo. Lo que pareciera ser un final ambiguo para el fariseo se convierte en una acción discipular para quien sabe leer. He aquí la respuesta a la pregunta inicial sobre el alcance y la dirección del proceso de fe de Nicodemo: la persona de Jesús y la vida del lector (20,31).
Auwers, J.-M., “La nuit de Nicodème (Jean 3,2; 19,39) ou l’ombre du langage”, RB 97 (1990) 481-503.
Blass, F. – Debrunner, A., Grammatica del greco del Nuovo Testamento, Brescia, 21997.
Brown, R., El Evangelio según Juan. I-XII, Madrid, 1979.
–, La comunidad del Discípulo Amado. Estudio de la eclesiología juánica, Salamanca, 1983.
Culpepper, R. A., Anatomy of the Fourth Gospel: A Study of the Literary Design, Philadelphia, 1983.
Hakola, R., “The Burden of Ambiguity: Nicodemus and the Social Identity of the Johannine Christians”, NTS 55 (2009) 438-455.
Koester, C. R., “Theological Complexity and the Characterization of the Nicodemus in John’s Gospel”, en Skinner, C. W. (ed.), Characters and Characterization in the Gospel of John, London – New Delhi – New York – Sydney 2013, 165-181.
Pietrantonio, R., “¿Desde la concepción o por el nacimiento? La conversación con Nicodemo (Juan 3:1-21)”, CuTe (BA) 21 (2002) 67-84.
Resseguie, J. L., L’exégèse narrative du Nouveau Testament. Une introduction, Bruxelles, 2009.
Schnackenburg, R., El Evangelio según San Juan. Versión y comentario. I II III, Barcelona, 1980.
Sicre, J. L., Introducción al profetismo bíblico, Estella, 2011.
Simoens, Y., Secondo Giovanni. Una traduzione e un’interpretazione, Bologna, 1997.
Ska, J.-L., Nuestros padres nos contaron. Introducción al análisis de los relatos del Antiguo Testamento, Estella, 2012.
Tam, J., Apprehension of Jesus in the Gospel of John, Tübingen, 2015.
Vignolo, R., Personaggi del Quarto Vangelo. Figure della fede in San Giovanni, Milano, 1994.
[recibido: 06/05/20 – aceptado: 14/07/20]
1 Cf. Koester, “Theological”, 165.
2 Ver por ejemplo Vignolo, Personaggi, 100-128; Culpepper, Anatomy, 249-259.
3 Vignolo, Personaggi, 100.
4 Por ejemplo, Brown, El Evangelio, 279-282.
5 Cf. Pietrantonio, “¿Desde la concepción…?”, 68. Para Tam, por el contrario, la sección 2,23-25 sería una especie de comentario conclusivo anticlimático, conectado a la sección precedente, es decir, 1,35–2,22. Tam, Apprehension, 65-67.
6 Cf. Simoens, Secondo Giovanni, 247.
7 Culpepper, Anatomy, 253.
8 Vignolo, Personaggi, 101.
9 Ib., 103-104.
10 Resseguie, L’exégèse narrative, 301.
11 Blass – Debrunner, Grammatica, 544 (§447 1).
12 Simoens, por su parte, sostiene que la partícula dè, debido a su doble aparición en 2,23-24, solo establece una conexión con la sección precedente. Simoens, Secondo Giovanni, 248.
13 Resseguie, L’exégèse narrative, 299.
14 1,38.49; 3,2.26; 4,31; 6,25; 9,2; 11,8. De estas 8x, 7x son aplicadas a Jesús y 1x a Juan el Bautista (3,26). De las 7x que Jesús es llamado Ῥαββί, 3x lo hacen sus discípulos (4,31; 9,2; 11,8), 2x los discípulos de Juan (1,38; 3,26), 1x Natanael (1,49), 1x la multitud (6,25) y 1x Nicodemo (3,2).
15 Vignolo, Personaggi, 43.
16 Ateniéndose al texto griego, en la primera pregunta, Nicodemo utiliza 24 palabras, luego 18 y por último, solo 4. Jesús, por su parte, comienza con 16, luego 70 y al final, más de 200.
17 Vignolo, Personaggi, 109.
18 Diversos diálogos joánicos presentan la misma dinámica de incomprensión entre Jesús y sus interlocutores, por ejemplo, el diálogo con la samaritana (4,10-15) o con Pilatos (18,33-38).
19 Vignolo, Personaggi, 113; Simoens, Secondo Giovanni, 256.
20 Cf. Schnackenburg, El Evangelio. I, 415-422.
21 Según Lagrange, Nicodemo va hacia Jesús de noche para evitar ser disturbado. Auwers, por su parte, plantea que una tesis basada en la “timidez” del fariseo, descuida la evolución dramática del relato y, por ende, del personaje. Sin embargo, llama la atención que el mismo Auwers ignore el pasaje de la segunda aparición de Nicodemo (7,45-53), mencionándola de forma breve en la conclusión. Auwers, “La nuit”, 482-483.502.
22 Resseguie, L’exégèse narrative, 300.
23 Una lectura posible permite comprender el cambio del singular al plural, sobre todo en boca de Jesús, como un “plural eclesiástico». Schnackenburg, El Evangelio. I, 425-426.
24 Vignolo, Personaggi, 114. Para profundizar en el aspecto social de la figura de Nicodemo, véase el artículo de Hakola.
25 Vignolo, Personaggi, 113. Lo mismo valdría decir de la afirmación eàn mḗ tis gennēthê ánōthen (3,3c). Pues si Jesús está hablando solo con Nicodemo, ¿por qué usa el pronombre indefinido tis, como si el mismo texto contemplara la idea de un tercer interlocutor?
26 Resseguie, L’exégèse narrative, 304-305.
27 Vignolo, Personaggi, 102.
28 Resseguie, L’exégèse narrative, 301.
29 Cf. Koester, “Theological”, 170.
30 Simoens, Secondo Giovanni, 379.
31 En desacuerdo con la opinión de Resseguie, para quien “La caractérisation de Nicodème en Jean 7 met les pharisiens dans une position entre-deux: ils ne font partie ni des adversaires de Jésus, ni de ses partisans. Son propre statut entre-deux est souligné par les commentaires du narrateur”; Resseguie, L’exégèse narrative, 307. Por el contrario, la postura de los fariseos parece bien clara, tal y como se fundamenta en el presente apartado.
32 Brown, El Evangelio, 1239.
33 Cf. Ska, Nuestros padres, 43.
34 Vignolo, Personaggi, 115.
35 Schnackenburg, El Evangelio. II, 223.
36 Una interpelación que, al juzgar de Simoens, constituiría una provocación o contradicción, pues la afirmación de los fariseos se basaría en un error. Sin embargo, cabe notar que, a excepción de Jonás (2 Re 14,25), la mayoría de los profetas tiene su origen en el sur. Simoens es quien yerra al afirmar que muchos profetas eran originarios del norte, citando por ejemplo el caso de Amos. Cf. Simoens, Secondo Giovanni, 379; Vignolo, Personaggi, 117, nota 187; Sicre, Introducción, 187-188.
37 Schnackenburg, El Evangelio. III, 364-365.
38 Auwers, “La nuit”, 499.
39 Vignolo, Personaggi, 121.
40 Schnackenburg, El Evangelio. III, 365.
41 Resseguie, L’exégèse narrative, 308.
42 Ib., 310.
43 La cantidad desproporcionada de mirra y áloe que lleva el fariseo puede ser interpretada en dos sentidos: como muestra de su incredulidad en la resurrección o como homenaje a la realeza de Cristo. El hecho que Nicodemo actúe de día es una clara indicación del mensaje que busca dar el narrador. Cf. Koester, “Theological”, 178-179.
44 Resseguie, L’exégèse narrative, 309.
45 Vignolo, Personaggi, 124.
46 Auwers, “La nuit”, 500.
47 Vignolo, Personaggi, 124-125.
48 Una lectura similar se propone en Brown, La comunidad, 71, nota 23.